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LA MUJER DE NEGRO

23 febrero 2012

Un abogado viudo es enviado a un remoto lugar de Inglaterra con el objeto de vender una casa propiedad de un cliente que acaba de fallecer. En el pueblo casi todos son reticentes a su llegada y muy pronto el recién llegado advertirá que la mansión esconde secretos insondables que acarrean la muerte.

La entrañable Hammer ha recuperado su viejo estilo. La mujer de negro tiene el sabor de aquellas antiguas producciones de misterio o terror  que sirvieron, junto a ejemplos de otros géneros, a ensalzar casi hasta el infinito a las películas de serie B. Para ello, se parte de una de las más afamadas novelas de Susan Hill, autora británica muy aficionada a las tramas de misterio nacida hace setenta años.

Otra mujer, Jane Goldman, se encargó de escribir un guion interesante partiendo de esta historia que nos remite a casas encantadas mucho antes de que supiéramos lo que es un poltergeist, fantasmas y sucesos paranormales que harían palidecer a la mayoría de producciones modernas del género, llenas de truculencia, sangre o vísceras. Para llevar a buen término el trabajo hay que destacar la labor en la dirección de James Watkins quien, surgido del mundo de la televisión, ya nos había legado con anterioridad un film muy destacable, Eden Lake, aparte de un buen trabajo de los principales actores, entre los que figuran Daniel Radcliff –un Harry Potter sin gafas ni varita mágica, quizá excesivamente pálido en este escenario de finales del XIX- y el norirlandés Ciarán Hinds, a quien tenemos estos días en cartelera como el Rourke de la segunda entrega de El motorista fantasma.

Y a todo ello hay que decir que nada es nuevo en La mujer de negro. En su interior podemos encontrar la mayoría de clichés del género, pero están tratados con naturalidad, fluyen por sí solos y, por momentos, llega a estremecer. La película comienza con el suicidio de tres niñas, tras lo cual vemos como se le encomienda al joven abogado Arthur Kipps un trabajo del que depende su futuro: vender una mansión cuyo propietario, cliente del bufete, acaba de fallecer. Kipps, viudo y con un hijo, pone rumbo a las tierras altas para llegar a una pequeña localidad que parece encerrar un misterio insondable del que nadie habla. De momento, le hospedan en la misma buhardilla desde cuya ventana se arrojaron las tres chiquillas del inicio.

Por la mañana, el recién llegado pone rumbo a la casa, situada en un paraje inhóspito al que sólo se tiene acceso con la marea baja. Una especie de Monte Saint Michel en la zona norte británica. Eso no es lo único, ya que en la vivienda, donde ha de poner en orden las facturas, suceden cosas extrañas hasta que se comprueba como las misteriosas apariciones de una mujer de luto conllevan la trágica muerte de algún niño.

Hay elementos que recuerdan al castillo de Orlok de Nosferatu, pero también a las propuestas terroríficas del cine oriental que de manera tan abundante ha llegado hasta nuestras pantallas. Se utilizan modernas técnicas de postproducción para fortalecer un relato gótico con cierto componente de trhiller provocado por la llegada del hijo del protagonista al pueblo en el que mueren los niños. Antes de su llegada deberán llevar a cabo una serie de actos tendentes a liberar a la localidad de la maldición que se cierne sobre ella. Los muertos deben descansar en paz, los cuerpos de los desaparecidos han de encontrarse, y los vecinos debieran recuperar la confianza. Queda la duda de si será suficiente con la dama de negro rondando en cada esquina y atrayendo la muerte hacia los más jóvenes.

From → Cine

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