LINCOLN, DE STEVEN SPIELBERG
Tras ser reelegido presidente, y en plena Guerra de Secesión, Abraham Lincoln se enfrentará al mayor dilema moral de su vida. Dispuesto a conseguir los votos necesarios para que se aprobara la XIII enmienda, y con ello el fin de la esclavitud, deberá evitar el fin prematuro de la contienda para que los estados sureños no echen por tierra su proposición.
Tras su reelección, Abraham Lincoln y su gabinete ponen en marcha la maquinaria para que el Congreso apruebe la XIII enmienda y con ello se ponga término a la esclavitud en Norteamérica. Primero, deberá respaldarle su partido en pleno, pero los militantes del Partido Republicano no se habían caracterizado hasta ese momento por cerrar filas en torno a su líder. Paralelamente, deberían encontrarse veinte demócratas dispuestos a dar su apoyo a la causa. Las recientes elecciones podrían facilitar la labor, puesto que había muchas caras nuevas dispuestas a abrirse camino en Washington.
Basándose en el libro de Doris Kearns Goodwin, el dramaturgo y premio Pulitzer Tony Kushner escribió un guion que describe con claridad las intrigas de la administración para que se aboliese definitivamente la esclavitud en Estados Unidos, lo que en el film se cataloga como el suceso histórico más importante del siglo XIX. Con esos mimbres, Steven Spielberg firma una película tremendamente sólida, con fotogramas espectaculares y apoyándose en una interpretación magnífica a cargo de todos los componentes del elenco, desde James Spader a David Strathairn, pero fundamentalmente a cargo de tres ganadores del Oscar: Sally Field, Tommy lee Jones y Daniel Day Lewis, especialmente éste. El británico compone un personaje para enmarcar que, después de ver este film, quedará en la retina de los espectadores.
El problema de la película fuera de los Estados Unidos reside en su densidad. Se trata de una lección de historia admirable, pero excesivamente localista. El público se podrá quedar hipnotizado por la calidad de la fotografía y de su puesta en escena, aunque perderá interés por el exceso de diálogos y el aluvión de nombres, al tiempo que se sentirá defraudado por la ausencia de magnificencia bélica. Sí la hay en interiores, pero se nos antoja corta en las escasas secuencias que se relacionan con la guerra. También el desenlace resulta precipitado. Con el exceso controlado que caracteriza el resto del film, este aspecto es, cuando menos, chocante.
Steven Spielberg, sabedor de que tenía entre sus manos una producción para el recuerdo, se ha volcado en la propuesta artística. Lincoln es un film para que ser exhibido con frecuencia en todos los centros oficiales de Norteamérica. Se trata de una lección de histórica subrayada por los entresijos de la política y los dilemas de un líder. El presidente tiene que escoger entre la abolición de la esclavitud y que la guerra se prolongue unos cuantos meses, con la pérdida consiguiente de vidas, o firmar la paz y que los votos de los estados del Sur sirvan para echar por tierra la decimotercera enmienda de su Constitución.
En estos pilares se asienta esta historia, ilustrada por una buena partitura de John Williams. El ya octogenario compositor firma una banda sonora madura, sin estridencias, pero ciertamente inspirada. Incluso, hay pasajes en los que se atreve con ritmos que parecen desafiantes y terminan encajando a la perfección. Se suma, de esta manera a un relato grandioso casi siempre, pero espeso e irregular en ocasiones.