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EL GRAN GATSBY (LEONARDO DICAPRIO)

23 May 2013

La presencia de Jay Gatsby es una incógnita para la sociedad norteamericana del primer cuarto del siglo XX. Propietario de una gran mansión en la zona emergente de Nueva York, cada semana ofrece fiestas fastuosas para gentes venidas de todos los rincones de la ciudad. En el fondo, tiene la esperanza de rencontrarse con Daisy su primer y gran amor.

Dicen que de un buen guion no puede salir una película mala. Nadie ha dicho nunca que de una magnífica novela no pueda hacerse una película desastrosa. Esto no quiere decir que El gran Gatsby de Baz Luhrmann sea un film infumable. Ni mucho menos. Lo que pasa es que toda semejanza con el texto literario de Scott Fitzgerald resulta una pura utopía. Una de las mejores novelas del siglo XX se ha convertido en una historia de amor arropada por coreografías y decorados que recuerdan más a la época esplendorosa de Studio 54 que a la transformación de Norteamérica al término de la Ley Seca.

El realizador de, entre otras, Moulin Rouge, tiene la innegable capacidad de transformar los textos literarios a su antojo para terminar fagocitándolos y haciéndolos suyos. Apasionado de la música, como demostró en su ópera prima, El amor está en el aire, puso de patas arriba a Romeo y Julieta antes de su particular visión, que a mí sí me pareció entretenida, de la historia del célebre local parisino, aunque para disfrutarla haya que olvidarse de Toulouse Lautrec y casi hasta del can-can. Con El gran Gatsby ha hecho algo parecido sólo que, a partir de la primera hora de película –y dura 143 minutos- se empieza a venir abajo para derrumbarse definitivamente por su insistencia obsesiva en una historia de amor imposible que estaba muchísimo mejor construida, por ejemplo, en Memorias de África.

La novela de Scott Fitzgerald es un referente literario de la pasada centuria aunque cuando se publicó no fue aceptada mayoritariamente. Trata sobre la preponderancia del jazz –al estilo de Cotton Club– pero también de las diferencias raciales a este paso llegaremos a bodas entre blancos y negros y la ascensión de una nueva clase acomodada, producto de lo que ahora llamamos pelotazo, que se asentó en suntuosas construcciones en Long Island. Nada de eso aparece en un film cuya banda sonora tiende a la música disco y conde las barreras sociales se mitigan con unas localizaciones paupérrimas en relación a los decorados exuberantes del Nueva York del primer cuarto de siglo XX o de las lujosas mansiones. La conclusión es que todo se sublima por el romanticismo, quedando el film como una propuesta rosa grandilocuente y tan exagerada como banal.

Luhrman regresa con sus alardes estereoscópicos, los zoom de cámara que alejan o acercan personajes o determinadas localizaciones, coreografías sin sentido y un oropel exacerbado. Curiosamente, donde sale más airoso es en el terreno más complicado. Si el film protagonizado por Robert Redford y Mia Farrow en 1974 creó moda en su día, la compañera sentimental del realizador, Catherine Martin, supo vestir al elenco artístico con sutileza y pomposidad. Los decorados resultan singulares y, por el contrario, el texto recurre al original solamente con pinceladas. De la música compuesta por Craig Armstrong sólo podemos decir que se trata de una buena partitura en el lugar equivocado.

Sí que los actores sacan brillo al film. Cada uno de ellos, a pesar de la fragilidad de un desigual Tobey Maguire, se luce con sus papeles respectivos, desde la siempre adorable Carey Mulligan hasta un imponente Joel Edgerton, que va a más en cada una de sus presencias ante las cámaras. Leonardo DiCaprio sabe manejar los tiempos como pocos actores hoy en día aunque por momentos recuerde al Orson Welles de Ciudadano Kane. Lástima que cuando cada uno de ellos parece llegar al cénit, el montaje y la recargada exageración de su director termine por ponerles freno.

From → Cine

One Comment
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