¿Qué nos queda? (Was bleibt – Home for the Weekend) (**)
Marko viaja a casa de sus padres junto a su hijo para pasar con ellos el fin de semana. Allí se encuentra con su hermano y su prometida, así como con el anuncio por parte de su madre de que abandona su medicación. Ella sufre trastornos bipolares la que la convierte, en ocasiones, en una maniacodepresiva.
Presentada en sociedad con motivo de la Berlinale de 2013, nos encontramos con algo parecido al equivalente alemán de Agosto. Naturalmente, salvando las distancias, porque Corinna Harfouch –El perfume: historia de un asesino– no es, evidentemente Meryl Streep, aparte de otros detalles significativos. Mientras que la cinta de John Wells es una película eminentemente femenina, la de Hans-Christian Schmid –Réquiem (El exorcismo de Micaela)– se centra fundamentalmente en los varones.
Se presenta un fin de semana familiar en el que cada uno aporta sus problemas al colectivo. Marko –Lars Eidinger-, el protagonista, vive en Berlín desde sus tiempos de estudiante en la Universidad. Acaba de publicar su primer libro y su matrimonio marcha a la deriva aunque nunca se ha atrevido a decírselo a sus progenitores. Se ha desplazado en compañía de su hijo a la casa paterna, en un ambiente burgués en pleno campo. Un modo de vida que muchos encontrarían idílico pero al que a él le costaría adaptarse.
En el viaje se encuentra con la novia de su hermano –Sebastian Zimmler-, cuya relación entre ambos estalla nada más producirse su reencuentro. Jakob ha recibido dinero de sus padres para montar una clínica odontológica, pero las deudas y las facturas impagadas le obligan a desmantelarla poco a poco. Por si fuera poco, Gitte, la madre de ambos, que sufre un trastorno bipolar que desemboca en tendencias maniacodepresivas, les cuenta que ha decidido abandonar la medicación. Cuando ella abandona la casa y desaparece sin dejar otro rastro que un viejo coche abandonando, entra en escena otra mujer, la amante del cabeza de familia Günter Heidtmann –Erbst Stötzner- desde hace un par de años.
Sobre estos personajes se asienta un film construido con eficiencia, cuyo guion avanza a través de la lógica, y al que no se le puede atacar desde ningún punto de vista. Sin embargo, la cinta carece de vigor interno, de ese alma que necesitan casi todas las producciones cinematográficas para dar el paso decisivo que las sitúa en el bando de las perdurables. Nadie puede discutir, en este caso, la interpretación de los actores principales, ni la puesta en escena, ni la fotografía, ni el guion, pero el todo nos deja fríos, y echamos de menos a Julia Roberts y evocamos Las horas.
No queremos suponer que la diferencia entre ¿Qué nos queda? y los otros dos films mencionados se deba a la procedencia literaria de las producidas en Estados Unidos. No es demasiado inferior el texto de Hans-Christian Schmid, que inclusoa muestra pasajes en los que se encuentra más próximo al teatro que al séptimo arte, como sucedía en los otros dos ejemplos. Puede que sea la suma de esos pequeños deméritos lo que, al final, disminuya el interés y la puntuación de este melodrama familiar, rodado con la habitual frialdad germánica que, pese al intento de acercarse a ellos, queda a bastante distancia de las grandes propuestas de los maestros de la vecina Dinamarca o de los genios cinematográficos de más al norte.
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