Dallas Buyers Club (****)
A mediados de los ochenta, una estrella del rodeo recibe un golpe inesperado cuando, a consecuencia de un análisis de sangre, le confirman que está infectado por el virus VIH. Después de darle treinta días de vida, comienza a tomar AZT, un medicamento de nuevo cuño que se está experimentado en seres humanos.
Desde que apareció la enfermedad, supuestamente por aquel criminal mono africano, hablar de sida para la gran mayoría de la gente en hablar de homosexualidad. Una injusticia de la que muchos se darán cuenta al ver este film basado en la vida de Ron Woodroof, una estrella del rodeo drogadicto, mujeriego y jugador. Hospitalizado tras una reyerta, los médicos que lo atienden confirman que está infectado por el virus VIH. Su primera reacción es de rechazo, puesto que entiende que un hombre homófobo como él no puede constituir grupo de riesgo. Se olvidaba en ese instante del amor en grupo y de las jeringuillas con las que se inyectaba la droga.
En el centro sanitario conoce a Rayon, un homosexual que gusta de vestirse ropas de mujer y que también se encuentra infectado. Después de aceptar que le quedan treinta días de vida, Ron Woodroof comienza a luchar junto a su nuevo amigo. Se las ingenia para conseguir AZT, un medicamento experimental con el que se hacen pruebas en ciertos pacientes. Una vez que le cortan el grifo y que conoce en México al Dr. Vass (Griffin Dunne), un médico al que le han desposeído de su licencia, sabe que a base de una cierta alimentación y de tratamientos farmacéuticos agresivos su esperanza de vida será mucho mayor. Es el embrión de un club exclusivo en el que, a cambio de una suma mensual, se proporciona medicamentos a otros afectados de sida.
El realizador canadiense Jean Marc Vallée (Café de Flore) narra la historia sin alardes. Sin comprometerse en su trabajo, se limitó a rodar una película independiente en veinticinco días, sin reflectores y con una sola cámara. A este respecto, el guion de Craig Borten y Melissa Wallack tampoco adquiere demasiados compromisos. Huye en buena parte de la sensiblería y del drama terminal, lo que se agradece en ambos casos, y se moja muy poco en la principal denuncia del film, con los médicos sobornados por empresas farmacéuticas, capaces de influir las decisiones del gobierno pese a que, aparentemente, vayan en perjuicio de los enfermos crónicos. También incluyeron una historia de pareja entre el protagonista y la doctora Eve Saks (Jennifer Garner), que ni evoluciona ni va hacia ningún lado.
El gran mérito de Dallas Buyers Club, aparte de dejar al espectador que extraiga sus propias consecuencias en algunos aspectos, es la interpretación masculina. Matthew McConaughey y Jared Leto acumulan premios de todo tipo, incluido el Oscar. El primero, que tras su participación en Mud parecía dispuesto a modificar su aureola de tipo cachas, adelgazó más de veinte kilos para esta ocasión. Su extrema delgadez y un magnífico maquillaje, también recompensado con el Oscar, así como su contención, le han ayudado a convertirse en el actor del año, por encima de Leonado di Caprio que, probablemente, haya acumulado más méritos para obtener el galardón de la Academia. McConaughey ha conseguido que escribamos correctamente su apellido de tirón, lo que ya es un mérito.
Jared Leto le da buena réplica. El alma del grupo 30 Seconds to Mars ha tenido varias oportunidades para que su carrera de actor ascendiera de forma meteórica, pero no ha tenido la continuidad necesaria debido a su alternancia del cine y la música. Llegó a rechazar a Clint Eastwood –Banderas de nuestros padres– y su última aparición en la pantalla grande fue en 2009 gracias a una película con financiación de Bélgica, Canadá y Francia: Las vidas posibles de Mr. Nobody. Ambos están magníficos en sus respectivos papeles.
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