Cuento de invierno (Winter’s Tale) (*)
A comienzos del siglo XX un ladrón se enamora de la joven heredera de la mansión que pretende robar. Al mismo tiempo, hay una lucha entre el Bien y el Mal, con los demonios acechando, que se resuelve en la Nueva York de nuestros días, cuando el mismo ratero, subido a lomos de un corcel blanco, encuentra la persona sobre la que ejercer el milagro que le libere.
Somos conscientes de que esta sinopsis no hay quien la entienda o que, al menos, nos deja descolocados. Es el fiel reflejo de una película se desenvuelve entre el melodrama y el género fantástico, sin olvidar los viajes en el tiempo, las experiencias religiosas y ciertas dosis de acción. La historia parte de una novela escrita por Mark Helprin que ha adaptado y llevado a la pantalla Akiva Goldsman, quien debuta como director una vez rebasado el medio siglo. Este neoyorquino es responsable de buenos guiones, como Una mente maravillosa, de otros no tanto –Batman y Robin-, así como de la serie televisiva Fringe.
El film se desarrolla en tres etapas distintas: la llegada de un matrimonio de inmigrantes que, obligados a retornar, dejan a su bebé en el agua para que pueda tener un futuro mejor; el intento de un ladrón por robar las joyas de una familia acomodada hasta que termina enamorándose de su heredera; y en la época actual, cuando el mismo personaje conoce a la responsable de la columna culinaria de un periódico cuya hija está enferma de cáncer.
Se pretende justificar en el argumento por el hecho de que cada uno debe aceptar su trabajo en la Tierra y que, cuando lo cumple, se convierte en una estrella del cielo. Por eso Peter Lake (Colin Farrell) no envejece. Cuando se enamoró de Beverly (Jessica Brown Findlay), enferma de tisis, los diablos encabezados por Pearly Soames (Russell Crowe), quien rinde tributo a Lucifer (Will Smith), intentan que el milagro de que la chica pelirroja se recupere no se consume. Lo consiguen, pero no era esa muchacha de cabellos rojizos a la que Peter Lake debía salvar, sino a la hija de Virginia Gamely (Jennifer Connelly), la periodista, que padece un cáncer terminal.
A todo esto, cada vez que el protagonista se encuentra en dificultades aparece ante él un bello caballo blanco que le salvará de los peligros o le llevará al lugar adecuado. Incluso, cuando sea menester, como un inmenso Pegaso, sobrevuela Manhattan desplegando sus impresionantes alas. Es el cénit de un batiburrillo que apenas tiene pies con cabeza, de un guion que falla tanto en los pequeños detalles como en su totalidad. Una película que dudamos pueda interesar a alguien, ni siquiera a los más románticos.
Tiene a su favor este Cuento de invierno –innecesario con la obra de Shakespare y la película de Éric Rhomer- unos efectos especiales llamativos. La luz ocupa un lugar importante en el argumento, y se refleja en este trabajo, que contrasta con la deficiente iluminación de la cinta. Incluso la música también es un quiero y no puedo. Dos grandes compositores, como Hans Zimmer y Rupert Gregson-Williams se han unido para ultimar una partitura absolutamente prescindible.
Otro punto álgido del film es el reparto que, en sus principales papeles se completa con los veteranos Eva Marie Saint (Éxodo, Titanic) y William Hurt (El beso de la mujer araña). Otro fuego de artificio porque ninguno destaca en su papel y todos ellos se muestran demasiado planos, sin que lleguen a traspasar la pantalla en algún momento.
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