El juez (The Judge) (***)
Hank Palmer, un importante y excéntrico abogado, regresa a su pequeño pueblo natal de Indiana con motivo de la muerte de su madre. Mientras, su padre, el juez de la localidad durante más de cuatro décadas, es el principal sospechoso de un asesinato, lo que obliga al protagonista a restablecer una relación perdida con los demás miembros de su familia.
La típica película de juicios acude a su cita anual, aunque en esta ocasión, la corte queda en segundo plano para mostrarnos un drama familiar en el que todos sus miembros tienen algo que ocultar pero también que echar en cara. La muerte de la madre del abogado Hank Palmer –Robert Downey Jr.- es el detonante de esta historia dirigida por David Dobkin, el típico realizador de comedias de usar y tirar que, en esta ocasión, pretende dar un golpe de autoridad a su carrera con un drama centrado en la Norteamérica profunda.
La habitual intriga judicial se enmascara con reproches familiares y reencuentros con las sombras del pasado. Y es que cuando uno se va de un lugar en el que ha permanecido bastante tiempo suele dejar muchos agujeros al descubierto. Máxime si, como sucede en esta familia, hay elementos del pasado que afloran a la luz. De todas formas, casi dos horas y media de duración para contar la historia de cuatro varones y una mujer parece demasiado tiempo. Sobre todo, cuando la profundidad de los personajes se debe más al elenco de actores que a sus respectivos perfiles tal y como refleja el guion.
Hank Palmer, que pasa por momentos delicados en su matrimonio, debe quedarse en el pueblo que le vio nacer más tiempo del previsto cuando su padre, el honorable juez Joseph Palmer –Robert Duvall- es el principal sospechoso del asesinato de un ex convicto. Así desempolva fantasmas del pasado, como el accidente, cuando él conducía ebrio, que segó la prometedora carrera de su hermano Glen –Vincent D’Onofrio-, o su relación con Dale –Jeremy Strong- el tercer vástago de la familia, un muchacho autista que no se separa de su cámara cinematográfica. Otras vez se cruza en su camino Samarantha Powell –Vera Farmiga-, un viejo amor de juventud.
Sin duda, se trata de una producción que gustará mucho más al público mayoritario que al exigente y crítico. Es cierto que la historia tiene momentos interesantes, pero no suman un tercio de su metraje. Los personajes secundarios, algunos de los cuales aparecen y desaparecen sin más explicaciones, están esbozados y se tira a los caballos a un actor como Billy Bob Thornton, que debe de encargarse de un personaje sin fuerza y tristemente esquematizado como es el del fiscal Dwight Dickham. Sin embargo, los dos papeles principales, padre e hijo, tienen algo más de carne, la suficiente como para que dos auténticos monstruos interpretativos, ofrezcan una lección magistral.
Downey Jr. y Duvall se crecen con sus personajes. Cada uno en su estilo. El abogado excéntrico, con un cierto tugo a Iron Man en su altivez y socarronería, siempre tiene la frase justa, la contestación pertinente y el actor lo encarna con habilidad y un toque canalla que lo hacen tan detestable como adorable. Por su parte, el juez con una carrera intachable a lo largo de más de cuarenta años muestra algunos puntos débiles que oculta en su fortaleza exterior y en su sentido de la equidad.
Entre un montaje que podía haberse mejorado notablemente, hay algunas referencias a obras maestras, como el recuerdo de Atticus Finch, de Matar a un ruiseñor, pero todo gira en torno a la lágrima fácil, a lo que contribuyen las notas lánguidas del piano merced a la partitura de Thomas Newman, todo un experto en estas lides.
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