Walking on Sunshine (*)

Maddie prepara su inminente boda con Ralf en un paisaje idílico de la costa italiana. Para ello, invita a su hermana Taylor sin saber que tres años atrás tuvo una aventura en ese mismo lugar con su prometido. Cuando se reencuentran los viejos amantes, vuelven a aflorar viejos sentimientos que ponen en peligro la ceremonia.
Los productos de laboratorio suelen tener resultados dispares. Normalmente, rara vez nos encontramos con una joya que nos deje boquiabiertos, más bien suelen terminar un mercancías deshilachadas, con referencias a varios antecedentes de éxito a cuyas combinaciones se les notan demasiado las costuras. Esta película, a la que da nombre la celebérrima canción interpretada en su día por Katrina and The Waves, es un buen reflejo.
Imaginamos que los productores han pretendido reeditar el éxito comercial de Mamma Mía!, y para ellos han construido un paquete en el que se dan cita casi todos los ingredientes como para reverdecer laureles. Se olvidaron de algo fundamental, el talento. El guion de Joshua St Johnston cambia la isla idílica del mar Egeo por una localidad italiana en el mar Jónico. Puglia no es un asentamiento como tal, sino la zona que corresponde a la bota en el mapa del país. Una región, Apulia, entre los Apeninos y el Adriático, cuya capital es Bari. Entre la cinta con las canciones de Abba, sustituidas aquí por archiconocidos temas ochenteros, hay tanto desnivel como entre los textos clásicos griegos y los romanos. Tampoco hay actrices como Meryl Streep o Amanda Seyfried, ni actores de la talla de Colin Firth, Pierce Brosnan y Stellan Skarsgard.
La historia es una mera disculpa para intercalar canciones tras canciones por medio de unos números musicales inspirados en un abanico de filmes tan dispares como los que puedan tener cabida entre Escuela de sirenas y Moulin Rougue. A los compases de Holiday, como se iba a titular en principio esta puesta en escena, encontramos a Raf –Giulio Berruti- y Taylor –Hannah Astenton-, que pone voz al éxito de Madonna, jurándose amor eterno. Ella se marcha para cursar sus estudios universitarios y tres años después, su hermana Maddie –Annabel Scholey- la invita al mismo paraje del sur de Italia para que asista a su boda. Su prometido es nada menos que el viejo amor de la recién llegada, lo que provoca el conflicto.
Entre hits de Bananarama, Whitney Houston, Huey Lewis, The Bangles, Cindy Lauper, Wham!, Roxette, y otros, la película discurre entre secuencias bailables pasadas de moda y situaciones grotescas en las que no falta un sucedáneo de la Tomatina de Buñol. Con una luminosidad exageradamente mediterránea, al estilo del referente de Phyllida Lloyd, el dúo de realizadores formado por Max Giwa y Dania Pasquini –a quienes debemos dos de las entregas de Street Dance– se limitan a filmar sin alardes una cinta destinada al gran público a la que le falta magia, interés y calidad para alcanzar su objetivo.
En un elenco prácticamente debutante en el que sobresale Annabel Scholey, encontramos a la cantautora Leona Lewis en su primer papel cinematográfico. Es una amiga de la protagonista pero su concurso es puramente anecdótico. Si pretende emular con esta presencia a otras divas de la canción, ha pinchado en hueso. Además de que no se luce como actriz, tampoco le han sabido sacar partido como intérprete. No dispone de ningún solo y su actuación vocal se ciñe a los coros en cinco ocasiones, incluido el Girls Just Wanna Have Fun. Un viaje, sin duda, para el que no se necesitaban estas alforjas.