El viaje más largo (The Longest Ride) (**)

Un campeón de rodeo, que intenta llegar a la cima un año después de una grave lesión, se enamora de una sofisticada estudiante de arte dispuesta a marcharse a Nueva York para trabajar en una galería de Manhattan. La ayuda a un hombre accidentado, que les narra su propia historia, será determinante en sus vidas.
La casualidad, el destino, o sea la que sea, ha hecho coincidir en la cartelera española dos películas basadas en sendas novelas de Nicholas Sparks. Ahora le llega el turno a la mejor adaptación de este fabricante de best sellers a base de que sus lectoras derramen lágrimas, desde El diario de Noa. No hay tanta química entre sus protagonistas como la había entre Ryan Gosling y Rachel McAdams, aunque El viaje más largo parece más bien una secuela. Y ya se sabe que casi nunca las segundas partes están a la altura del original.
De nuevo nos trasladamos a Carolina del Norte para asistir a dos historias de amor separadas en el tiempo, pero que discurren con muchos elementos en común. Sophia Danko –Britt Robertson- es una estudiante de arte dispuesta a terminar sus estudios y viajar a Nueva York para colaborar en una galería de Manhattan. Posee tanta afición a la pintura como Ruth –Oona Chaplin-, que emigró de Austria con sus padres poco antes de estallar la segunda Guerra Mundial.
En el Nuevo Mundo conoce a Ira –Jack Huston-, cuya familia, también judía, posee un comercio. Ella es sofisticada y culta, hasta el punto de que le llama cariñosamente paletino en lugar de pueblerino. Sophia encontrará el amor en brazos de Luke Collins, un campeón de rodeo que intenta regresar a la cúspide después de haber sido malherido por un toro llamado Rango. Encarnado por Scott Eastwood, hijo de Clint Eastwood, es a él al que busca la cámara de David Tattersall, quien se luce con la fotografía en casi todas las secuencias.
Cuando los dos jóvenes socorren a un accidentado en medio de una noche lluviosa, en realidad rescatan a Ira –interpretado de mayor por Alan Alda-. En el coche siniestrado hay una caja que recoge las epístolas remitidas a Ruth y con las que se reconstruye su historia. Desconocemos cuando escribió realmente esas cartas, así como las razones que le impulsó a ello, puesto que nadie en su sano juicio coge la pluma para contarle a su enamorada los momentos que han vivido juntos. Tal vez se explique en la novela, pero yo no soy público objetivo de Nicholas Sparks.
Durante más de dos horas, asistimos a pasajes de la vida en común de Ira y Ruth, al tiempo que vemos como se enamoran Luke y Sophia. El tobogán de su relación se verá afectado por los relatos de Ira, hasta el punto de que puede hablarse de dos historias paralelas: el primer beso, los miedos, el sacrificio mutuo, los remordimientos…. Todo comienza cuando a Luke se le cae el sombrero durante un rodeo y lo recoge Sophia. Después, las imágenes de obras pictóricas de gran valor se alternan con los ocho segundos que un jinete debe permanecer sobre el toro si quiere triunfar en un rodeo.
Hay mimbres para mucho más en la historia. Se podría ahondar en las pasiones y en la fragilidad humana, pero eso, en el caso de las películas basadas en la obra de Sparks –también productor, en este caso-, es como pedir peras a un olmo. En lugar de ello, el director George Tillman Jr. –Hombres de honor- busca la lágrima fácil, aunque no lo consiga, se recrea con los colores de Carolina del Norte, estado al que representa como si fuese un edén, y también en la figura atlética de su protagonista masculino, un hombre anuncio de magna presencia, a caballo entre un reclamo de cigarrillos y un póster de la nueva colección de calzoncillos de un acreditado diseñador. Eso sí, las imágenes de rodeo, especialmente, las primeras, resultan de lo más agradecido. Son los mejores momentos de un montaje irregular y de una entonada fotografía edulcorados con lánguidas baladas country y el escore almibarado de Mark Isham.