Lazos de sangre (Blood ties) (**)

Chris sale de la cárcel y le aguarda sin mucho entusiasmo su hermano Frank, un policía con brillante futuro. Cuando el primero regresa a su vida delictiva, el agente de la ley abandona el cuerpo y regresa con su antigua novia, quien es madre de un niño producto de su relación con un peligroso gánster que ha jurado venganza.
La primera coproducción con Estados Unidos dirigida por Guillaume Canet –Pequeñas mentiras sin importancia– se ambienta en Nueva York a mediados de los setenta. Se basa en la novela escrita por Jacques Maillot, y presenta un elenco interesante, encabezado por Clive Owen, Bilkly Cudrup, Marion Cotillard, Zoe Saldana, Mila Kunis y James Caan. De nuevo, el realizador galo nos presenta un film coral, con una serie de personajes entrelazados que poseen su propia historia. De todas formas, la parte del león se la llevan dos hermanos, Chris y Frank Pierzynski –Owen y Cudrup, respectivamente-. El primero es un ex convicto que regresa a las andadas y el segundo un policía que deja el cuerpo cuando persigue al segundo.
Aunque la relación entre ambos es tirante, no se trata de una revisión de la historia de Caín Abel y la cinta queda muy alejada de propuestas como Mystic River, por ejemplo. Los motivos son varios, como el hecho de que los personajes resultan bastante planos o estereotipados; que la interpretación, especialmente la de los dos protagonistas masculinos, dista mucho que desear; y porque la puesta en escena, si exceptuamos algunos planos sorprendentes, menos de los esperados, tampoco aporta demasiado a la historia.
Chris regresa al mundo del hampa y, tras un exitoso robo, contrata a su ex mujer, Mónica d’Amato –Marion Cotillard-, para que dirija un prostíbulo, puesto que ella se desenvuelve desee hace tiempo en el mundo de la prostitución. Al tiempo, ha encontrado un nuevo amor en Natalie –Mila Kunis- de quien espera su primer hijo. Paralelamente, Chris se reencuentra con su antiguo amor, Vanessa –Zoe Saldana-, unida sentimentalmente al mafioso Anthnoy Scarfo –Matthias Schoenaerts-, con quien tiene descendencia. Sin embargo, la llama de la pasión vuelve a prender entre los amantes y Vanessa decide abandonar a Scarfo mientras está en la cárcel, por lo que jura venganza al salir de prisión, circunstancia que Chris Pierzynski no está dispuesto que suceda.
Mucha información y dos líneas argumentales que se entremezclan mientras asistimos a la presencia de varios personajes secundarios encarnados por policías, delincuentes y el padre de los dos hermanos –James Caan- en sus últimas semanas de vida. La trama daba para mucho más en las dos horas largas de proyección que para un argumento prendido con alfileres. Da la sensación de que a Guillaume Canet le ha venido grande la superproducción, que lo suyo son historias más intimistas. Tampoco ha conseguido sacar demasiado partido a unos actores que, salvo una Marion Cotillard más sexy que nunca, no muestran la menor química entre ellos. La pareja formada por Chris y Natalie parece tan forzada como la compuesta por Frank y Vanessa.
La música, que luce un ramillete de éxitos de la época, ayuda a soportar el tedio de una película intrascendente. Ni siquiera la presencia de James Gray como coguionista añade algo diferente al relato. La mano del autor de la novela en la que está basada otro largometraje de igual título en español–Bloodworth, 2010-, o que dirigió y escribió Cuestión de sangre: Little Odessa, no se nota en absoluto. Tampoco encontramos trazos en esta producción del Canet que escribió Pequeñas mentiras sin importancia porque, en este caso, todo emerge de forma insustancial y hasta previsible.