Poltergeist (2015) (***)

Siguiendo los pasos del original rodado en 1982, una familia compuesta por un matrimonio y tres hijos se muda a una casa situada en una urbanización de clase media. Una vez instalados. Son acosados por los espíritus que la habitaron en el pasado, por lo que recurren a especialistas para librarse de la maldición.
En 1982, con guion y producción de Steven Spielberg, el realizador Tob Hooper filmó un film de terror que ha permanecido desde entonces en la antología del género. Más de tres décadas después, el actor, director y productor Sam Raimi recuperó aquella idea para un remake que encargó a Gil Kenan, responsable de Monster House. A priori, no resultaba fácil la empresa, que tenía por objeto, olvidar la imagen de la malograda Heather O’Rourke con una blusa blanca frente al televisor, su célebre Ya están aquíii, y el lanzamiento del televisor por parte de Craig T. Nelson cuando la familia se aloja finalmente en un motel.
Este remake sigue prácticamente a pies juntillas el original, salvo las variantes que ofrecen las nuevas técnicas de efectos especiales. También cambia la médium Tangina Barrons –Zelda Rubinstein- por un especialista mediático como Carrigan Burke -Jared Harris-, así como algunas situaciones de la familia protagonista, cuyos nombres se han variado al completo.
Eric y Amy Bowen –Sam Rockwell y Rosemarie DeWitt- se trasladan junto a sus tres hijos a una nueva residencia sita en un barrio residencial de clase media. La presencia de una aglomeración de torres de energía eléctrica, y la ausencia de niños en bicicleta, aportan un par de detalles novedosos. Ella cuidará de los chavales mientras encuentra inspiración para escribir y su marido buscará trabajo después de quedarse sim empleo tras una reducción de plantilla propuesta por la empresa John Deere. Durante una cena que puede ayudarle a una nueva relación laboral, se enteran que toda la urbanización está situada sobre un antiguo cementerio trasladado a un punto relativamente próximo.
Mientras, su hija mayor, Kendra –Saxon Sharbino- es atacada por seres de ultratumba; el mediano, Griffin –Kyle Catlett- es transportando a la cima de un árbol centenario; y la pequeña Madison –Kennedi Clements- cruza un portal paralelo ubicado en su armario. Sólo puede comunizarse con el mundo de los vivos a través de la pantalla del televisor. Los padres rehúyen avisar a la policía y recurren a investigadores de la Universidad en que Amy cursó sus estudios, hasta que entra en escena el televisivo Carrigan Burke.
Por conocer de sobras su argumento, esta nueva versión apenas resulta tan sobrecogedora como la original, aunque tampoco la desmerece. Hay algún que otro susto gratuito pero también un mayor derroche de efectos visuales bien entrelazados. Demasiados payasos de mal agüero y una secuencia impactante con Boyd –Nicholas Braun-, uno de los investigadores, apresado por su brazo derecho mientras un taladro perforador hace agujeros desde el otro lado cada vez más cerca de su cara. Se obvia el gore, y la escena de la piscina llena de osamentas humanas, a la que se culpa de la famosa maldición de la cinta primigenia, ha sido sustituida por otra de un calibre semejante aunque, quizás, con menos agobio.
Si la música de Marc Streitenfeld resulta inferior y menos reconocible con respecto a la espléndida partitura de Jerry Goldsmith, hay que destacar en esta nueva producción la labor del español Javier Aguirresarobe en su parcela fotográfica. Con un color más natural, se aparta del pastel recurrente en los exteriores del original, y no se deja subyugar por los tonos azulados del interior. Otra cosa es la puesta en escena que, aunque consigue mantener la atención, tampoco se reafirma con planos para el recuerdo. Quizá, las manos de la pequeña Madison apoyadas en el televisor, en paralelo a las de los espíritus, pueda permanecer más tiempo en nuestra retina. Como la secuencia final, antes de los títulos de crédito que, tras los nombres principales, también se guarda una pequeña sorpresa.