El desafío (The Walk) (****)

Un funambulista francés, Philippe Petit, alimenta un sueño desde hace años: cruzar a través de un cable el espacio que separaba las Torres Gemelas de Nueva York. Poco antes de la inauguración oficial de los dos rascacielos del World Trade Center, respaldado por un grupo de entusiastas, se atrevió con una de las hazañas individuales más asombrosas del siglo XX.
¿Se imaginan? Un cable uniendo dos los de los vértices de las azoteas que coronaban las Torres Gemelas de Nueva York y un hombre caminando de una a otra, a través de los más de 40 metros de distancia y los 110 pisos que le separaban del suelo de Manhattan. Sin red, sin trucos y ni tan siguiera con un cinturón de seguridad que pudiera salvarle de una posible caída. Esa es la historia de un funambulista francés llamado Philippe Pettit que ha sido llevada al cine, basándose en su propio relato, por Robert Zemeckis.
El punto más álgido hasta el momento de este cineasta de Chicago es Forrest Gump. Con aquel film demostró, en 1994, lo que era capaz de conseguir con los efectos visuales. Antes, nos había dejado una obra con menos pretensiones, La muerte os siena tan bien, y después otra maravilla escénica como Polar Express, aunque a este largometraje, como a la mayoría de su obra, le falta fuerza interior, ya que sus historias no suelen acompañar la grandeza de sus imágenes.
Gracias a El desafío, podríamos considerar a Zemeckis como el Georges Méliès moderno. Sería petulante decir que nos encontramos ante su mejor película. Ni mucho menos, pero las imágenes que consigue, a través de cromas perfectamente ideados resultan asombrosas. Una técnica envidiable que eleva esta película hasta la cumbre más alta de los efectos visuales vistos jamás en una gran pantalla. Para disfrutarla, mejor en 3D, pero sobre todo, gracias a la técnica IMAX, podemos sentir una sensación similar a la de una gigantesca montaña rusa. El vértigo se apodera de nosotros en las secuencias del paseo por las nubes de Pettit, encarnado por un entregado Joseph Gordon-Levitt, que narra sus hazañas desde lo alto de la Estatua de la Libertad, con el skyline de Manhattan al fondo tal y como era en los años setenta.
Desde niño, el protagonista se sintió atraído por los equilibristas. Admiraba a los conocidos como Los Diablos Blancos, cuyo patriarca, Papá Rudy –Ben Kingsley-, fue su principal mentor. Un dolor de muelas alumbró el sueño de su vida. En la sala de espera del odontólogo una revista hablaba de la construcción de las Torres Gemelas y allí surgió la necesidad imperiosa de caminar por el aire entre ellas. Después de hacerse parcialmente famoso tras pasear sobre un cable por entre las dos elevaciones más altas de la parisina catedral de Notre Dame, decidió cumplir su sueño.
Formó un equipo de entusiastas compuesto principalmente por Annie –Charlotte Le Bron-, Jean-Louis –Clément Sibony-, Jean-Pierre –James Badge Dale- y Jean-François –César Domboy- para, de forma clandestina, ultimar los preparativos, que se describen con detalle y emoción. Se nota que el director estaba entusiasmado con su proyecto. Más que el público. La hazaña, que alguien definió como el crimen artístico del siglo, se fijó para el amanecer del 7 de agosto de 1974. Una gesta que nadie volverá a repetir y que los mentores del film tuvieron la buena idea de dedicar las imágenes a las víctimas del 11S. Han tenido que pasar casi quince años para remover la página más negra de la historia de los Estados Unidos en la actual centuria.
Aunque no emociona lo que debiera, la cinta resulta espectacular, especialmente en su última media hora. El trabajo de Gordon-Levitt, asesorado por el propio Philippe Petit resulta encomiable, como también la disposición del director. El paso de una torre a otra nos reserva uno de los momentos más espectaculares de la historia del cine porque el séptimo arte también es técnica y en ese aspecto, la película es un diez.