El valle oscuro (Das finstere tal) (**)

Un forastero llega a un lugar remoto en medio de los Alpes Austríacos. Dice que es fotógrafo y que ha regresado de Estados Unidos. En realidad, su presencia está relacionada con una venganza. Su objetivo es una familia que domina el asentamiento y que está encabezada por un patriarca que lleva tiempo postrado en su lecho.
En los últimos meses asistimos a proyectos europeos que se echan en manos del western. Nada que ver con las historias rodadas medio siglo atrás en Italia o el sur de España. Se trata de propuestas más íntimas, que buscan nuevos escenarios, generalmente violentas pero que mantienen los parámetros del género. En esta ocasión, el austríaco Andreas Prochaska se inspira en la primera novela del escritor y periodista alemán Thomas Willman, que se desarrolla en una localidad perdida de los Alpes Austríacos y en la que aúna los elementos del Lejano Oeste, seguramente a raíz de la estancia del autor en los Estados Unidos, con ancestrales costumbres europeas. En este caso, el primae noctis, o derecho de pernada.
Greider –Sam Riley- llega al lugar a lomos de su caballo y todos le observan con desagrado. Su presencia no es aceptada hasta que una bolsa de monedas allana la situación. Tanto, que es conducido a casa de una viuda –Carmen Grati-, que vive con su hija Luzi –Paula Beer-, para que pueda pasar el invierno y obtener fotografías, que parece la razón por la que ha llegado al lugar. Greider no tarda en enterarse que el pueblo está dominado por los Brenner, el patriarca –Hans-Michael Rehberg- y sus seis hijos, entre los que destacan por su actitud agresiva o su influencia sobre los demás Luis –Clemens Schick- y, sobre todos, Hans, interpretado por el eficiente Tobias Moretti, quien había actuado a las órdenes de Prochaska en las serie Rex, un policía diferente.
Realmente, la presencia del recién llegado se debe a un motivo de venganza, que se esboza en la primera secuencia, una entrada en cápsula donde vemos esconderse a una pareja en el sótano de una casa que, finalmente, es capturada por un puñado de hombres. Mediado el film, se muestra la conexión entre ellos y Graider, rodeado siempre de imágenes violentas, como crucifixiones, y prácticas tan abusivas como deleznables, entre las que figura el derecho de pernada. Parafraseando el título de la película de Enrique Urbizu, no habrá paz para los malvados, aunque es cierto que si no se pone remedio, estamos condenados a que la historia se repita. Ahora son los jóvenes amantes Luzi y Lukas –Thomas Schubert-, quienes deben que hacer frente a las leyes no escritas en la zona.
Los parámetros del género se cumplen a rajatabla, solo que cambiando las praderas por las montañas. Nadie de abajo está bien visto arriba, dicen los lugareños. Hay nieve, como corresponde a cualquier asentamiento de la cordillera de Los Alpes en invierno, pero ya nos demostraron Alejandro González Iñárritu y Quentin Tarantino en sus últimas películas que ese agente meteorológico no está reñido con el western. Únicamente, en este caso, se aporta un cierto componente de intriga que enlaza muy bien con los argumentos de la novela europea decimonónica o de principios del siglo XX.
De todas formas, nada rebaja la tensión ni la violencia, aparentemente excesiva y hasta gratuita en determinados pasajes. La ley del talión se cumple. Si una mujer ha demostrado que puede traicionar a cualquiera para ganarse una buena suma, se le hace tragar alguna que otra moneda en el sentido más literal. Todos han de expiar sus pecados, desde el patriarca al sacerdote comprensivo con el poder. Cada cual es consciente de su lugar en la sociedad y respetan la jerarquía. A excepción de Greipel, que ha regresado de Estados Unidos para poner todo patas arriba. Quizá, él también tenga que pagar un alto precio. Muchas veces, no se trata de satisfacer las deudas con el pasado de una manera física. Hay sentimientos y situaciones impensables que te dejan igualmente marcado.