Dioses de Egipto (Gods of Egypt) (-)

Un mortal llamado Bek protagoniza una epopeya con vistas a salvar a su amada. Para ello, tiene que robar los ojos de Horus, visitar los dominios del dios Ra e incluso descender a los infiernos controlados por Anubis. Su aventura le enfrentará con Set, quien ha matado a su padre Osiris y se ha proclamado rey.
Según cuentan los especialistas, el río Nilo, fuente de la riqueza de Egipto, y a cuyo alrededor se desarrolló una de las civilizaciones más imponentes de la historia, fluye de forma antinatural. Su curso es uno de los pocos que en nuestro planeta discurre de sur a norte, al contrario que la dirección de los vientos. Vista esta propuesta de Alex Proyas –Yo, robot-, no nos extraña la rebelión del Nilo ante los desatinos que alberga.
Otra de las curiosidades del caudal acuífero que disputa al Amazonas ser el de mayor longitud, es que, por debajo, discurre un río subterráneo con un caudal seis veces superior. ¿Es posible que por debajo de Dioses de Egipto subyazca una gran película? Habrá que advertir a los investigadores más cualificados a ver si dan con sus fuentes, que serían un auténtico tesoro cinematográfico. El Nilo también muestra otra peculiaridad: no tiene afluentes a lo largo de dos mil kilómetros. Un detalle que nos proporciona esperanzas para que a nadie se le ocurra hacer ninguna secuela de esta película.
De inicio se nos presenta a Osiris –Bryan Brown-, dispuesto a ceder su trono a su hijo Horus –Nicolaj Coster-Waldau-. Cuando va a tener ligar la coronación, Set –Gerard Butler- aparece desde el desierto para asesinar a su padre, el propio Osiris, arrancarle los ojos a su hermano y proclamarse rey. Además, impone una nueva norma, según la cual todos los muertos tendrán que pagar con sus riquezas para pasar a la otra vida en las mejores condiciones. Otra de sus ambiciones es levantar el mayor obelisco jamás construido para honrar la memoria de su abuelo Ra.
Los planos son encomendados a Urshu –Rufus Sewell-, quien tiene una esclava llamada Zaya –Courtney Eaton-, que roba los planos del templo donde se encuentra uno de los ojos de Horus para entregárselos a su enamorado, Bek –Brenton Thwaites-. Cuando el monarca hiere de muerte a la muchacha, Bek propone ayudar a Horus a recuperar su trono a cambio de que la chica pueda revivir. Así entran en escena el propio Ra –Geoffrey Rush-, Isis –Rachael Blake-, Toth –Chadwick Boseman- Anubis –Goran D. Kleut-, Hathor –Elodie Young-, Astarté –Yaya Deng- y Nefthys –Emma Both-, entre otros.
Una odisea en toda regla con unos efectos visuales que recuerdan más a La guerra de las Galaxias que una epopeya de la antigüedad. Los dioses se diferencian de los mortales por su elevada estatura, porque fluye oro en lugar de sangre por sus venas, y por su capacidad para transformarse en animales alados. También pueden morir, aunque pasados por los menos mil años si no los matan antes. Estas líneas argumentales lo único que confirman es la capacidad de los guionistas para hacer un totum revolutum con fórmulas que hasta ahora han funcionado de manera eficaz. Remedar una obra literaria es un plagio, reproducir frases de muchas es un ensayo. Pues bien, este ensayo, sin red y con todas las consecuencias, ni siquiera hubiera merecido la pena hacerlo con gaseosa.
Evoca el peplum italiano, pero también hay referencias a Indiana Jones, a los Transformers e, incluso, a Los viajes de Gulliver. Lo peor de todo es que no encontramos por ningún lado el talento de Steven Spielberg, ni el equilibrio de Sergio Leone, ni la imaginación de los juguetes de Hasbro, ni mucho menos la asombrosa capacidad de Harry Harryhausen. Tampoco aportan demasiado la banda sonora de Marco Beltrani y mejor es que nos olvidemos un reparto prácticamente europeo para una producción estadounidense con aportación de capital australiano. Por ejemplo, establecer un paralelismo entre el Gerard Butler de 300 y el de esta película sería prácticamente imposible.