600 millas (600 Miles) (**)

Un joven pretende hacerse fuerte en el tráfico de armas entre Estados Unidos y México cuando, accidentalmente, se ve obligado a retener en su vehículo a un veterano agente del Gobierno norteamericano. A lo largo de casi veinte horas, apenas dejarán de conducir muestras van solucionando problemas y acercándose mutuamente.
Después de varios títulos más o menos importantes como productor, Gabriel Ripstein ha dado el salto a la dirección con un guion compartido con Issa López, que le ha valido una lluvia de distinciones internacionales en diversos certámenes. Por ejemplo, el de mejor ópera prima en la Berlinale. Hijo de Arturo Ripstein, sigue en parte los pasos de su padre a la hora de ofrecernos un relato basado en aspectos sociales del día a día, aunque hasta ahora su progenitor se ha mostrado mucho más hábil con los diálogos y la confección de sus personajes.
No hay en este caso mujeres obligadas a la prostitución o dramáticas secuencias filmadas en barrios humildes. La acción se centra inicialmente en Arnulfo Rubio –Kristyan Ferrer-, un muchacho de Sinaloa que está introduciéndose en el tráfico de armas, y su amigo norteamericano Carson –Harrison Thomas-. Éste último, que no está fichado por la policía, es quien compra en diversas tiendas para que, poco después, Arnulfo las pase a través de la frontera en un auto camuflado para abastecer a las huestes de los narcos.
Esas acciones delictivas, dejadas en un segundo plano en el celuloide en favor del tráfico de drogas, representan una vierta novedad. Se trata del flujo contrario al que nos tienen acostumbrados las historias fronterizas. No se supone con las primeras secuencias. La compra de fusiles, escopetas y pistolas parece desembocar en una posterior masacre. Ni mucho menos. Se trata de aprovechar el intercambio entre el norte y el sur en esa dirección. El protagonista se juega el pellejo, pero obtiene interesantes beneficios, como también su amigo.
Pero las compras indiscriminadas de armas de fuego llaman siempre la atención de las autoridades. En este caso, de un veterano agente de la AFT, la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos. La DEA se encarga del narcotráfico, la AFT del resto, o casi. Hank Harris –Tim Roth- está dispuesto a detener a Arnulfo pero, con la intervención de Carson logra reducir al funcionario que, poco después, se encuentra pasando clandestinamente la frontera en el todo terreno que conduce el mexicano.
Arnulfo no deja de conducir, lo que no es óbice para que se encuentre con problemas. Afortunadamente para él, estaba acompañado por Hank Harris, cuya experiencia les salva en momentos bastante complicados. Así, una propuesta que parecía orientarse hacia un nuevo enfrentamiento de fueras de la ley con agentes federales, se transforma en una road movie imposible en la que el gringo pretende ganarse la confianza de su captor. Dieciocho horas en las que se conduce, donde el paisaje se reduce a unos cuantos metros de profundidad en la carretera y en la que apenas se detienen para encontrarse con otras personajes. Es una excepción la presencia de la madre de Arnulfo –Mónica del Carmen- antes de la secuencia final, que se completa con un diálogo en off de Hank con una compañera y más que amiga –Harris Kendall-, mientras desfilan los títulos de crédito.
Indudablemente, la sombra de un padre como Arturo Ripstein es demasiado alargada, y Gabriel ha pretendido emularlo con una historia que pretende ser original y tiene su fuerza prioritaria en la puesta en escena y los aspectos técnicos. Bien dirigida, se luce con planos largos de mucho mérito que encajan perfectamente con la propuesta formal de cámara al hombro en un intento más o menos discutible de proporcionar una sensación más realista, próxima al documental. La fotografía de Alain Marcoen ayuda a esa idea, así como un montaje más que correcto.
Los puntos más débiles son los diálogos y las situaciones. La cinta se desarrolla prácticamente a base de monosílabos y algunos contextos resultan vagos o tremendamente simples. No falla la interpretación, con un siempre fiable Tim Roth y secundarios de lujo, como Noé Hernández, que eleva el personaje de Martín. Pese a ello, la película se desinfla y aunque las imágenes con el vehículo como protagonista invitado, están muy bien llevadas, al espectador le resulta difícil desterrar la sensación de pereza.