Infierno azul (The Shallows) (**)

Una joven norteamericana accede a una solitaria playa mexicana oculta a los focos de la civilización. Intenta surfear en el mismo lugar al que acudió su madre cuando apenas había comenzado su gestación. La mala fortuna y la presencia de un tiburón la obligan a refugiarse en un mínimo islote a unas decenas de metros de la playa.
Poco a poco, el catalán Jaume Collet-Serra se está haciendo un nombre en Hollywood. Si hasta ahora tenía a Liam Neeson como su actor fetiche, le ha llegado el momento a Blake Lively, la compañera de Linterna Verde y con la que disfrutaremos próximamente en Café Society, la última cinta de Woody Allen. Con más de 1,85 metros, la mayoría de los cuales se citan en sus larguísima piernas, es la auténtica heroína de esta producción de serie B que no intenta engañar a nadie. Su honestidad se basa en una propuesta cuyo desarrollo no sorprende pero que muestra una factura técnica impecable, amén de una protagonista prácticamente solitaria que se entrega en cuerpo y alma a su trabajo y a los desesperados gritos de socorro. Suficiente para que, a tenor de su coste, pueda ser considerada como un éxito comercial.
Las aguas de Nueva Gales del Sur, en Australia, son el escenario real de las desventuras de Nancy Adams –Blake Lively-, una turista norteamericana que es conducida por Carlos –Óscar Jaenada- a una solitaria playa mexicana, alejada de la civilización y de los curiosos, y de la que nadie se atreve a pronunciar su nombre. Cuando su madre se encontraba en las primeras semanas de gestación había surfeada en esas aguas y ahora, tras fallecer a causa de un cáncer, la chica quiere rendirle un homenaje. Por eso se aparta temporalmente de su hermana Chloe –Sedona Legge-, a quien le tiene sobreprotegida, y de su padre –Brett Cullen-. Se ha ido hasta allí con una amiga informal que prefirió una aventura sexual a pelearse con las olas.
Por mucho que le advierten de las particularidades del lugar, que incluyen una marea al día, así como unos arrecifes que se asemejan a una barrera de coral, Nancy da rienda suelta a su afición hasta que advierte una ballena muerta varada a unas decenas de metros de la costa. Inesperadamente, la ataca un tiburón y su refugio termina siendo un pequeño islote en el que comparte sus heridas con las de una gaviota que tiene dislocada una de sus alas. Se trata del toque más original, y casi esperpéntico, del film.
Anunciada como la mejor película de su género desde el Tiburón -1975- de Steven Spielberg, es una afirmación que no vamos a discutir, aunque sea con el permiso de Deep Blue Sea -1999-. El guion de Anthony Jaswinski se nutre en la distancia con aspectos de 127 horas, cuando James Franco recordaba la figura de Aron Ralston atrapado en un desfiladero sin agua ni comida, y con mínimas posibilidades de movimiento. También del Náufrago interpretado por Tom Hanks en el que su personaje se veía obligado a hablar consigo mismo para mantener la cordura. Mientras, Steven Seagull, la gaviota, era partícipe de la tragedia de la protagonista, asediada de forma constante por el escualo, como si fuera un resentido Moby Dick o el acérrimo enemigo del Capitán Garfio.
Marco Beltrami se encarga de poner el ambiente sonoro sin momentos chirriantes. Aunque por sus notas se anticipa el peligro, demuestra sin alardes que conoce como pocos el género después de su colaboración en los filmes de la saga Scream, Guerra mundial Z, y tantas otras. Su participación, no obstante, queda subyugada por el trabajo ya destacado de la protagonista femenina, la puesta en escena y las imágenes de su feroz enemigo.
Jaume Collet-Serra se mueve con maestría y consigue contar una historia de manera eficaz en una hora y veinte minutos a pesar de las evidentes incongruencias del guion. Maneja con criterio la cámara submarina y sabe entremezclar las imágenes de manera brillante con las rodadas en superficie. Quizá, peca de utilizar en demasía la cámara lenta en las secuencias iniciales, donde consigue algunas imágenes de surf que conllevan cierto mérito.
La digitalización del tiburón, teniendo en cuenta el coste del film y el partido que se le extrae, se encuentra muy por encima de lo esperado. Da sensación de grandeza, que es lo que se pide en estos casos, y cuando muestra sus fauces llega a impresionar, si bien no se abusa de ellas para que no se noten los evidentes problemas de financiación. Hay tensión, buena fotografía de Flavio Martínez Labiano y las muchas deficiencias quedan paliadas por una construcción inteligente. Cine para entretener. Prueba superada.