La leyenda de Tarzán (The Legend of Tarzan) (*)

Hace años que Tarzán abandonó la selva africana para instalarse en Gran Bretaña junto a su esposa Jane. Su tranquila existencia se ve alterada cuando el Primer Ministro le solicita que regrese al Congo como embajador para el comercio. En realidad, se trata de un plan urdido por los belgas para que este país pueda controlar las minas de diamantes.
Una vieja canción, muy popular hace más de cincuenta años no se cansaba de repetir en su estribillo ¿qué pasa en el Congo? La pregunta puede servir para esta revisión de la figura del rey de la selva, que se ve obligado a retornar al Congo pese a que lleva una vida tranquila en su fastuosa mansión británica como John Clayton III, Lord Greystoke. Su mayor preocupación es que su matrimonio con Jane Porter –Margot Robbie- no ha sido bendecido con descendencia.
Corren tiempos revueltos en África ¿Cuándo no? El monarca belga Leopoldo II se ha gastado todos sus recursos para acceder a las mimas de diamantes existentes en la región. Cuando se hizo el reparto de territorios, a raíz de la Conferencia de Berlín, su avaricia le llevó a compartir esa colonia con Gran Bretaña, y para cumplir sus propósitos envió a uno de sus hombres de confianza, el capitán Léon Rom –Christoph Waltz-, pero éste se encontró con diversos problemas. El principal, la aguerrida tribu de Mbonga, cuyo jefe culpa a Tarzán –Alexander Skarsgard- de la muerte de su hijo. Le quiere de regreso para matarlo y sólo así permitirá el acceso a los diamantes.
John Clayton rechazó inicialmente la petición del Primer Ministro –Jim Broadbent- de tomar el barco en Liverpool para regresar a África, pero la presencia de un enviado del Gobierno estadounidense, George Washington Williams –Samuel L. Jackson- permite que cambie de opinión. El norteamericano teme que los aborígenes puedan ser capturados y vendidos como esclavos. De esta forma, el protagonista se reencuentra con viejos amigos, y también con algunos rivales, como Akut, convertido en el rey de los simios y con el que mantenía enormes diferencias desde su más tierna infancia, meses después de que fuera recogido en la cabaña donde fallecieron sus padres.
Evidentemente, este argumento es bastante más complejo que la mayoría de historias fílmicas sobre la figura del héroe creado por Edgar Rice Burroughs. En este caso, no se trata de una revisión del mito o de la figura literaria, sino de un estudio acerca de los años posteriores, una vez que ha regresado a Europa y forma parte de la nobleza. Hay muchos detalles que chirrían. La presencia del enviado estadounidense, un hombre de color con plenos poderes en pleno siglo XIX parece tan anacrónico como la versión de Robin Hood protagonizada por Kevin Costner en la que regresaba de Oriente con un amigo encarnado por Morgan Freeman.
Los animales digitalizados son correctos, así como algunas otras imágenes obtenidas por CGI. Sin embargo, la reciente adaptación con personajes de El libro de la selva evitan mucha capacidad de sorpresa. Eso es lo que sucede con esta cinta, dirigida por el británico David Yates, responsable de las últimas cuatro entregas de Harry Potter. Demasiadas cosas, como si fuera un cóctel hecho en casa con las diferentes botellas mediadas del mueble bar.
Con una realización aceptable a esta producción le falta ese toque mágico que distinguen las películas interesantes de las que no lo son. Quizá, se quieren tocar muchos aspectos para mantener la atención, como sucede en las películas de súper héroes, pero Tarzán no necesita esto. Basta con que se columpie en las lianas, emita su famoso grito y se encuentre con un enemigo de piel blanca para que su aventura nos interese. Ni siquiera la música de Rupert Gregson-Williams, hermano de Harry y Josh, merece ser recordada, si bien en ocasiones queda ahogada por un sonido que debería estar más cuidado.
No se le saca el partido esperado a la forma en que el rey de los monos viaja por la selva. Es llamativo el asalto a un tren en el que se transportar a muchos aborígenes convertido en esclavos, pero no emociona. Con un par de sus peculiares gritos tenemos bastante y la presencia de Jane para completar el dramatismo también se queda por debajo de lo esperado. Como la interpretación. El sueco Skarsgard es uno de los peores tarzanes de la historia, mientras que Christoph Waltz hace de él. Repite el papel que le ha dado fama y Oscar en Hollywood, aunque se encuentra con la papeleta de representar al villano más soso que recordamos en este tipo de producciones.