Black Angel (-)

La Segunda Guerra Mundial agoniza y en Italia los partisanos anticipan la inminente caída del Duce. En Venecia, la esposa de un alto miembro del Gobierno se enamora de un oficial de las SS mujeriego, jugador y pervertido. La pasión de la mujer le llevará hasta las más bajas pasiones en una continua espiral de sexo y celos.
El cine de Tinto Brass no puede sorprendernos. El responsable de películas como Salon Kitty -1976-, Calígula -1979- o la más reciente Monamour -2005- parece empeñado en contarnos una y otra vez lo miemo aunque en diferentes épocas o situaciones. A través de su cine, el cineasta milanés da rienda suelta a sus fantasías de corte sexual más evidente. Habitualmente, lo suyo es contar historias de mujeres que buscan fuera de sus matrimonios lo que no tienen en casa. Con ese punto de partida se apoya en argumentos poco trabajados o insustanciales que tienen el único propósito la desnudez de sus actrices, y de algunos de sus actores, para incluir posteriormente una serie de insertos de sexo explícito o de partes muy específicas de la anatomía femenina, principalmente los traseros.
El nazismo y sus orgías le ha proporcionado a Tinto Brass excusas para su cine. En el caso de Black Angel se centra en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial, y ubica en el escenario de sus operaciones en la ciudad más recurrente de su cine, Venecia. Principalmente en la playa del Lido y La Giudecca. Alterna la fotografía en blanco y negro con el color y Ennio Morricone, sin demasiado afán y con una canción muy facilona, se encarga de una partitura en la que debiera haberse lucido mucho más.
Livia Mazzoni –Anna Galiena- viaja en coche a Venecia en compañía de su amigo Ugo Oggiano –Franco Branciaroli-, quien está enamorado de ella desde hace tiempo. Las claves de ese desplazamiento las vamos conociendo paulatinamente, a medida que los viajeros tienen distintos contratiempo, ya sea por culpa de los partisanos o de los seguidores del poder. De esta forma sabemos que Livia está casada con un comendador del Gobierno fascista –Antonio Salines-, pero se ha quedado prendada de un pervertido oficial de las SS llamado Helmut Schultz –Gabriel Garko-.
Partiendo de la novela de Camillo Boitto, una vez más se luce el director en la generosidad a la hora de exhibir cuerpos femeninos, de lo que no es ajena Anna Galiena, quien más de una década antes ya había protagonizado El marido de la peluquera y Jamón, jamón. Al comienzo de su madurad continuaba siendo una mujer espectacular, y de ello se aprovechó el responsable del film que, como suele ser habitual en sus películas, dirige, escribe y se encarga del montaje.
Con unos diálogos infantiles y unas secuencias estiradas o gratuitas cuando el sexo es protagonista, una vez más deja en el limbo la que podía ser otro de sus personajes, la ciudad de Venecia. Como le sucediera en Cosi fan tutte -1992-, no vale con unos cuantos planos fijos de La Giudecca y alguna que otra situación en cualquiera de esos innumerables puentes de reducido tamaño que se pueden encontrar en la Ciudad de Los Canales. Prefiere las bacanales, como esa secuencia estirada casi hasta el infinito en la que un grupo de mujeres semidesnudas bailan una conga con exagerados órganos sexuales masculinos en su atuendo mientras a su alrededor se producen acciones de sexo explícito y que terminan en una sala de juegos que facilitan la única secuencia lésbica de su protagonista.
De esta forma, la película se va inútilmente a dos horas largas de metraje. Toda una exageración, como el conjunto del film. Ahora se recupera en España para su estreno en salas comerciales cuando, anteriormente, ya había hecho su aparición en DVD con el título Las perversiones de Livia, y un subtítulo comercial que poco o nada tiene que ver con el desarrollo de la historia: La puta del poder. No hacía alta esta revisión ni la película aporta detalles suficientes como para ser valorada en estos tiempos.