Jason Bourne (***)

El agente de la CIA más importante del siglo XXI ha recuperado la memoria. También son nuevos tiempos. Reclutado por la agencia cuando todavía era adolescente, por fin es consciente de lo que ha pasado, tanto del asesinato de su padre como de las trampas de la propia Agencia. Ahora, también hay otras personas que quieren tomar el control.
En 2007 concluyó una espléndida trilogía que se había debido al talento de Paul Greengrass detrás de las cámaras y al atractivo de Matt Damon dando vida a un agente norteamericano que, por fin, pudo con la inercia del británico James Bond. Entonces, quedaban algunas dudas por resolver. Es cierto que Jason Bourne era cada vez más consciente de lo que le había sucedido, pero ha llegado el momento de atar cabos. Ahora lo encontramos en Grecia, como protagonista de peleas clandestinas, hasta que un ex miembro de la CIA, Nicky Parsons –Julia Stiles-, se ha hecho con una copia de las operaciones secretas de la Agencia y hay algunas que le atañen porque afectan su pasado.
Cuando Bourne tiene acceso a la información se da cuenta de que su padre había ideado una acción por la que finalmente él fue reclutado antes de que su progenitor muriese en Beirut. Lo que en principio se antojaba como un atentado terrorista, finalmente se descubre que el asesinato fue oba de un hombre a quien llaman El Activo –Vincent Cassel-, quien guarda un notable resentimiento contra el protagonista después de haber sido capturado y torturado en la entrega anterior. Recibe órdenes directas del actual director, Robert Dewey –Tommy Lee Jones-, persona sin escrúpulos, que desea acabar con Bourne cuanto antes.
El propio Dewey ha formalizado diversos acuerdos con Aaron Kalloor –Riz Ahmed-, un empresario informático que está a punto de presentar un nuevo ingenio que, exteriormente, facilita la privacidad pero que puede proporcionar a la CIA un control total sobre cualquier sujeto. El otro personaje principal es Heather Lee –Alicia Vikander-, antigua compañera de Kalloor en la Universidad y recientemente nombrada jefa de la División de Operaciones Cibernéticas de la CIA. Personaje ambicioso y suficientemente preparado, no está de acuerdo con las decisiones de Dewey y piensa que Bourne puede ser recuperado para la Agencia.
El argumento es simple y la puesta en escena persigue mantener la línea de las anteriores entregas aunque no siempre lo consigue. Aunque la acción se desarrolla en varias ciudades de Estados Unidos y en media Europa, incluso hay un plano en el que aparece Ana Belén como cabecera de reparto, los ejes centrales se recuden a Londres, Atenas y Las Vegas, siendo las dos últimas las que se llevan la parte del león. La propuesta es un juego de espías que intenta mantener la línea argumental de la saga, pero adecuándose a los nuevos tiempos.
Desde que Bourne protagonizó su tercera película, la globalización ha ganado muchísimo terreno. Los satélites pueden localizar los pasos de cualquier persona y un teléfono es susceptible de acciones impensables. La conectividad tiene la culpa. El agente perseguido sabe que mantenerse en el anonimato le garantiza su mayor deseo: la supervivencia. Sale airoso en Grecia, donde se luce Greengrass aprovechando un enfrentamiento entre los manifestantes y la policía en aquellos días de crisis absoluta en el país heleno. Los populismos también se dejan sentir en la gran pantalla. Posiblemente, el punto más álgido del film. El más eficiente, desde luego.
En Londres la epopeya se vuelve más convencional. No obstante, ayuda a situar mucho mejor a los personajes, en especial, a quienes están fuera de la persecución y dirigen las operaciones. Las Vegas es el sumun. La persecución por el Boulevard entre un automóvil blindado y otro de alta gama deja imágenes espectaculares. Apenas se perciben algunos despistes que tienen que ver con el Caesar’s Palace y el Bally’s, en los que el lugar y el tiempo desafían la lógica. El montaje es tan picado y los efectos lo suficientemente efectistas que nos obligan a centrarnos en el duelo y olvidarnos de cualquier otra cosa. Todo ello, siempre amenizado con los latigazos musicales de John Poweel, a quien se ha unido en esta ocasión David Buckley. El tema de cierre corre a cargo de Moby.
El final queda abierto. Jason Bourne, o David Webb, que es su verdadero nombre, podría regresar en cualquier momento. Será difícil convencer al binomio formado por Matt Damon y Paul Greengrass de que todavía tiene recorrido. En todo caso, nos deja una película de acción al cien por cien de la que es difícil desengancharse. Su ritmo es tan impecable como frenético. No en vano, Jason Bourne es el héroe cinematográfico por excelencia en lo que llevamos de siglo. Nadie como él para hacer fáciles las percusiones, comprensible lo ignoto y deleitarnos sin descanso.