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La madre (*)

29 octubre 2016

Miguel tiene catorce años y ha pasado doce meses en un centro de acogida de menores. Vive con su madre, una mujer inestable e incapaz de ocuparse de él. Por tanto, es el propio Miguel quien consigue, a base de pequeños hurtos y de vender pañuelos en los semáforos, que el pequeño núcleo familiar superviva a duras penas.

Nos encontramos con un drama basado en la supervivencia de una madre soltera y su hijo de catorce años.  El responsable del film, Alberto de Morais cuenta sus largometrajes por historias trágicas. Relatos íntimos que se aferran a la realidad de un país a través de una mirada a sus estratos más inferiores. En este caso, la vida fluye al revés. Se centra en una madre inestable y un hijo adolescente que pugna por no regresar al centro de menores y que intenta que ambos sobrevivan a duras penas.

La madre –Laia Marull- es una mujer débil de carácter e inconsistente, que regresa a casa a deshoras, supuestamente después de buscar trabajo. De forma intermitente, ha ayudado en una cafetería y aspira a tener un contrato de camarera para presentarse al juez y conseguir que, definitivamente, su hijo viva con ella. Mientras, Miguel –Javier Mendo-, pide a sus compañeros la parte de bocadillo que ellos no consuman, vende pañuelos de papel en los semáforos y comete diversos hurtos.

Cuando la fiscalía sigue la pista del chaval, su madre le envía a un pueblo cercano para que se instale en casa de Bodgan –Ovidiu Crisan-, un antiguo amante que vive y trabaja con su hijo Andrei  –Alexandru Stanciu- , que acoge de malos modos al recién llegado hasta que la situación entre ambos se hace insostenible. La historia transcurre entre llamadas telefónicas de Miguel que no son respondidas habitualmente por su madre y su amistad con María –Nieves de Medina-, una mujer de mediana edad que regenta un bar en la misma localidad en que vive Bodgan.

El argumento no da para más. Realmente es un relato corto estirado hasta la hora y media de duración que se narra de una forma íntima, con abundancia de planos cortos que reflejan el estado de ánimo de Miguel. Realmente, y es literal, no hay lugar para otra cosa que no sea el drama. Una supervivencia que se desenvuelve en un círculo imaginario cuyo desenlace es poco menos que una vuelta al inicio. Los personajes se alimentan de su propia tragedia, inmersos en un pozo del destino del que no tienen escapatoria.

El debutante Javier Mendo cumple con crecen en su papel. Le basta con poner cara de póquer y recitar sus diálogos, casi monosílabos, de manera acertada. El film no se enriquece con frases solemnes, rebuscadas o severas. Simplemente, toma el camino fácil, sin estridencias. A pesar de la baja condición social de sus protagonistas, el lenguaje es pulcro y no hay expresiones soeces. Su protagonista femenina, Laia Marull, ganadora de tres premios Goya, apenas tiene secuencias para lucir sus dotes de actriz.

Casa uno de los personajes vive su propia y mísera vida. Para ellos no hay esperanza, ni tan siquiera en el horizonte, dentro de un film que es más propio de festivales que de una rentable carrera comercial. No en vano pasó por Montreal y la SEMINCI vallisoletana. Su puesta en escena es aseada, la fotografía de Diego Dussuel es tan descarnada como la historia que subraya, y la interpretación es, desde cualquier punto de vista que se la juzgue, más que correcta.

From → Cine

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