La bailarina (La danseuse) (**)

Biopic de Loïe Fuller, que se convirtió en un icono de la Belle Époque y llevó una nueva forma de ballet a los escenarios más prestigiosos, incluida la Ópera de París. Los esfuerzos físicos que requerían sus coreografías le obligaban a una preparación física exagerada. Fue mentora de su joven compatriota Isadora Duncan.
De la vida de Loïe Fuller no conocemos demasiados datos más allá de su éxito como bailarina. Por medio de unos trajes voluptuosos conseguía figuras armoniosas y atractivas que se basaban en mariposas, flores y otros estadios de la naturaleza. Las combinaba con un juego de luces que constituyó una gran novedad para su época. La danza de la serpiente -1890- fue su primer gran éxito y con ella comenzó a apuntalar su fama, que se extendió por toda Europa después de su éxodo de los Estados Unidos.
Hay muchos puntos oscuros en su biografía, pero el film se basa en la novela que escribió en su día Giovanni Lista y que le ha servido a Stéphanie di Giusto para su debut cinematográfico. El papel principal se lo encomendó a la controvertida cantante, actriz y productora Soko –Stéphanie Sokolinski-, quien por entonces era pareja de la también actriz Kristen Stewart. Está a la altura de la película, irregular, puesto que ésta brilla más en la parte coreográfica que en una historia aligerada y poco convincente, incluso con la relación mantenida por la protagonista con una joven Isadora Duncan, encarnada por Lily-Rose Melody Depp, hija de Vanessa Paradis y Johnny Depp. Los amores entre ambas y la ambición de la futura diosa de la danza parecen pura ficción por cuanto fue Loïe Fuller quien ayudó a introducir a la Duncan en el Viejo Continente.
Con el nombre de pila de Marie Louise, Fuller nació en el estado de Illinois en 1862. A la muerte de su padre, un borracho especialista de rodeo, se desplazó a Nueva York para encontrarse con su madre, hallando albergue con ella en una casa de mujeres católicas. Según la película, contaba 25 años y no sabía bailar, aunque su traslado a la Gran Manzana lo cita en 1892. Deseosa de introducirse como actriz, durante una función en la que tenía que estar tres minutos sobre el escenario interpretando a una sonámbula, un problema de vestuario desembocó en un extraño baile con movimientos ondulantes aplaudido por el público.
Comenzó a hacerse un hueco en los teatros neoyorquinos gracias a un empresario –François Damien-, pero por consejo de Louis –Gaspard Ulliel-, un noble venido a menos, se trasladó a París donde, con la ayuda de Gabrielle –Mélanie Thierry- comenzó a diseñar sus coreografía. Actuó en el Follies-Bergère, de donde pasó al Teatro de la Ópera. Se convirtió en amante y benefactora de Louis, ocupando con sus bailarinas su inmensa casa ajardinada y se sorprendió con la llegada de Isadora Duncan que, como ella, abanderada un nuevo estilo de baile.
Loïse Fuller no tenía cuerpo de bailarina, padecía de dolores de espalda y, debido al tremendo ejercicio físico que le exigía cada una de sus actuaciones, preparaba su cuerpo al máximo. Detalle en el que se insiste en un largometraje que pasa por alto las amistades de la protagonista con personalidades como el matrimonio Curie o artistas de la talla de Auguste Rodin y Toulouse Lautrec, quien la inmortalizó en algunos de sus dibujos ya que, como al anterior, le sirvió de modelo.
La propuesta de Di Giusto se queda prácticamente en la anécdota. Narra con eficiencia pero el guion se deja muchas posibilidades en el tintero. Se luce especialmente en la coreografía ayudada, como en toda la película, por un vestuario excelente a cargo de Anaïs Romand. También en sus imágenes neoyorquinas y en algunos encuadres que conducen a una propuesta interesante. Sin embargo, a pesar de las casi dos horas de duración, lo único que nos queda de la protagonista es su afición al dibujo y sus bailes brillantemente voluptuosos.
No se hace mención a sus obras, tanto en solitario, como La danza del fuego, o en grupo, de las que El ballet de la luz puede ser su mejor ejemplo. Tampoco a las consecuencias de un nuevo camino abierto gracias a la combinación del vestuario, las luces y la danza de esta mujer autodidacta. Al final, nos quedan las imágenes de una gran artista como si estuviera flotando por el escenario mientras que el resto pudiera considerarse absolutamente superficial.