No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas (**)

Sara piensa que no ha tenido suerte en la vida. El chico que le gustaba en el instituto no le hizo ni caso y ahora, para colmo, se va a casar con su hermana. Su novio actual se marcha un año a París, su madre engaña a su padre, y el establecimiento de venta de plumas y objetos afines es una auténtica ruina. ¿Todo es culpa del karma?
No le ponemos rostro. Sólo conocemos el seudónimo de una autora española que, al parecer, se dedica al mundo de la publicidad, el cine y la televisión. Conocemos las dos novelas que ha publicado hasta ahora y con la primera, No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas, Laura Norton consiguió llegar al gran público. ¿Impensable? No, desde luego con ese título. Llama la atención, hace que esboces una sonrisa y que te decidas a comprarlo o, sabiendo que es una historia romántica, regalárselo a tu mujer, novia o amiga.
Lo mismo que vale para el texto literario se podría aplicar a su adaptación cinematográfica dirigida por María Ripoll, quien dio buena cuenta de sus posibilidades en 1998 con Lluvia en los zapatos. Nos referimos a que la larga frase con la que se titula la película te obliga a no permanecer indiferente. Si no conoces la historia, pronto sabrás que se centra en Sara –Verónica Echegui-, una muchacha que es plumista. Tiene una tienda de plumas que no le proporciona beneficios en la casa de su abuela fallecida cuya idea surgió por culpa del chico que le gustaba en el instituto, Aarón –Álex García-, líder del grupo musical Los Humildes y que se llevaba locas a todas las chicas.
Sara echa la culpa al karma de sus reveses ahora que su novio Roberto –David Verdaguer- se marcha un año a trabajar en París. ¿La única responsabilidad es del karma o se debe a su carácter obsesivo y su alergia a los sobresaltos? De repente, su domicilio se llena de gente. Se traslada Lu, su hermana liberal –Alba Galocha-, y lo hace con su prometido, que no es otro que Aarón, a quien parecía haber olvidado. Su padre -Jordi Sánchez-, hundido en la miseria tras saber que su esposa –Elvira Mínguez- le engaña, es el siguiente en trasladarse; pero también llega Roberto, y lo hace con un estrafalario amigo escocés llamado Eric.
Mientras Roberto intenta dejar atrás su relación con Sara, a ésta le encarga una amiga diseñadora –Cecilia Freire- diversos complementos de plumas para su primer desfile en la Pasarela Cibeles. Una inundación echa al traste con el trabajo de la protagonista que, en compañía de quienes la rodean, intenta solucionarlo a contra reloj y de una manera desesperada. Quizá, el mayor esperpento de esta producción.
Se trata de una historia romántica, pero también de una comedia desmadrada en la que lo importante no es el qué sino el cómo. Realmente, si nos ponemos a juzgar cada elemento del film, pocos serían los que resistiesen cualquier examen. La dirección podría mejorarse, los actores están sobrepasados por sus personajes, las canciones resultan patéticas, y las situaciones son tan inverosímiles que cuesta trabajo creerlas. ¿Por qué recomendamos la película? Porque el conjunto te atrapa. Probablemente, nos hallamos ante una conjunción de parcelas muy mejorables pero que, todas juntas, funcionan de manera muy eficiente.
Puedes pensar que una secuencia, lo que sucede en ella o los diálogos son poco menos que una chorrada. Tal vez pienses lo mismo de la siguiente pero, al final, terminarás soltando una carcajada o entrando en momentos puntuales del film por mucho que tengas cara de vinagre o te hayas tragado un sable. El entretenimiento está asegura y la diversión seguro que también. Las mujeres todavía disfrutarán más con algunas salidas de tono más o menos soeces, con la liberación que representan Lu y Bea, la hermana menor y la madre de la protagonista, respectivamente, a la que se une su padre.
Discutibles fragmentos y un todo atrayente. Hasta las canciones tienen su punto porque parodian las pésimas letras del punk de los ochenta. En la cinta todo se exagera sin que se precipite por el abismo de la incompetencia más absoluta. Su mayor mérito es que cumple sin desdoro con la curiosidad y la sonrisa que evoca su título.