Divinas (Divines) (****)

Dos amigas inmigrantes de los suburbios parisinos deciden hacerse ricas por el camino más corto o morir en el intento. Su plan pasa por incorporarse al equipo de una traficante de drogas del barrio, una muchacha mayor que controla el negocio. El acercamiento de una de ellas a un joven bailarín les hará meditar sobre el futuro.
Después de pasar por el Festival de Toronto y de ganar la Cámara de Oro en Cannes a la mejor Ópera Prima, este debut Houda Benyamina se convirtió en el primer lanzamiento de Netflix a escala mundial, excepto en Francia, y se alzó con una nominación al Globo de Oro. La ha conseguido en el apartado a la mejor película extranjera, lo que representa todo un hito para una producción destinada directamente al mercado doméstico sin pasar por la caja de resonancia de las salas comerciales.
Nos presenta a Dounia –Oulaya Amamra- y a Maimuna –Déborah Lukumuena-, dos amigas adolescentes de uno de los barrios más marginales de los suburbios de París. También son compañeras de clase y muy experimentadas. Muestran una condición física muy diferente. Dounia es inteligente y activa, pero mucho más débil en apariencia. Maimuna es alta y fuerte. Aquella tiene una madre aficionada al alcohol –Majdouline Idrissi- que malvive trabajando en garitos para adultos. Su colega es hija de un imán. Y es que en ese ambiente, las drogas y el islamismo poseen un evidente peso específico.
Cuando en clase las preparan para un empleo de atención al cliente, Dunia se enfrenta con la profesora y le dice que piensa ganar mucho más dinero que ella. Es el principio de la conjura, ya que ambas amigas se proponen conseguir cuanto antes una vida de lujos. El camino más corto, es el trapicheo con las drogas, y para ello tienen que integrarse en el equipo de Rebecca –Jisca Kalvanda-, una estudiante mayor que ellas y muy respetada en el barrio. A través de Samir –Yasin Houicha-, uno de sus esbirros, las dos adolescentes conseguirán su propósito.
Hasta ese momento, manda la comedia. El diálogo y el comportamiento de las dos jóvenes resultan muy positivos para el espectador hasta que la codicia irrumpe en sus vidas para quedarse. Luego sobreviene el drama y hasta desemboca en la tragedia. Naturalmente, el tipo de delitos en el que estaban inmersas no será tan sencillo como el perpetrado hasta entonces, cuando hurtaban en los supermercados para vender lo sustraído a las puertas del colegio. El riesgo ahora es mayor. No sólo para caer en manos de la policía, sino también para su integridad física.
Otras dos circunstancias vienen a alterar la línea marcada hasta el momento por las protagonistas. Rebecca las utiliza como cebo para robar en el apartamento de Reda –Farid Larbi- una suma que ronda los cien mil euros. Además, desde su escondite secreto en uno de los corredores superiores de un teatro, presencian las evoluciones de Djigui –Kévin Mischel-, un guardia de seguridad de unos almacenes que posee un gran talento para el ballet y es uno de los favoritos en un casting. Él y Dounia parecen sentirse cada vez más próximos. La historia les empareja mientras cada cual intenta alcanzar sus sueños.
Houda Benyamina muestra con crudeza y veracidad el ambiente en que se desenvuelve la historia. Lo hace con mano firme y un talento muy por encima del que suelen mostrar los debutantes. Domina los exteriores y mueve la cámara con soltura. La interpretación y la banda sonora contribuyen a dar lustre a esta historia que denuncia ligeramente la cultura machista y se centra, sobre todo, en el sueño capitalista. Lo más reseñable es la postura de su autora en base a que la indiferencia lleva a la marginación. En el colegio no entienden las necesidades de sus alumnos y estos deciden satisfacerlas por su cuenta. Imitando a Cabaret, el lema de Dunia es ¡Money, money, money…! Su codicia viene marcada por su valentía y su insumisión. También por el desprecio. De ahí que su vida se convierta en una huida hacia adelante, en un frenesí desde donde se topará nuevamente con la realidad.