Que baje Dios y lo vea (*)

La otra Champions
La única posibilidad de que un monasterio en quiebra no sea convertido en parador de turismo pasa por conseguir algo importante. La llegada de un nuevo clérigo impulsa la idea de ganar la Champions Clerum, competición futbolística cuya final se disputa en Roma y en la que nadie ha conseguido imponerse de momento al equipo del Vaticano.
El padre Salvador vive la religión de una forma muy particular. Se aplica en su escuela situada en algún lugar de África, anima a los chavales a que jueguen al fútbol y, si es necesario, hackea los fondos reservados del Vaticano para pagar un rescate. Por esa razón, la Curia romana decidió trasladarle a un convento en quiebra situado en pleno corazón de la Península Ibérica. Allí queda bajo la advocación del padre Munilla –Karra Elejalde-, fiel devoto de la orden de San Teodosio, que tiene a su cargo unos cuantos novicios.
Curro Velázquez, creador de la serie El chiringuito de Pepe debuta como guionista y director cinematográfico con una comedia que no busca otra cosa más allá del entretenimiento. Llevada a la pequeña pantalla, podía haber sido una especie de Campeones a la española, con sus Oliver, Benji, Mark Lenders y demás. Reducir la propuesta a noventa y cinco obliga a que todo se quede en la superficie y no pase de ser una comedia familiar para pasar el rato y sin mayores pretensiones. Fútbol y cine no suelen casar bien y en este caso todo parece demasiado precipitado en aras de unas situaciones cómicas que funcionan a cuentagotas y de una serie de grotescas acciones, donde la mayoría se muestran repetitivas y escasamente originales, como los coscorrones de Munilla.
El convento, deficitario, no explota comercialmente las perrunillas que se comen sus frailes y la llegada de Salvador –Alain Hernández- pone todo patas arriba. Eso sí, tiene una idea providencial y no es otra que armar un equipo de fútbol para competir en la Champions Clerum. Piensa que nadie puede centrar un centro que es la referencia balompédica del continente. El problema es que los internos no tienen ni idea de lo que hay que hacer con el balón. Ni se puede contar con un brasileño, al que se le supone dotado.
Ramón -El Langui- pone voluntad pero se queda en segundo entrenador, y el más listo de la clase –Joel Bosqued-, apenas da para un partido entre colegas. El primer duelo es un desastre y un solo jugador, Heredia –Guillermo Furiase-, que disfruta de un puesto en los mercadillos, les hace un roto, por lo que deciden contratarlo, pero chocan con el reverendo de su congregación, un pastor apostólico que pretende un traspaso. El siguiente paso es ganar el título nacional, pero hay que vérselas con el equipo del obispo –Tito Valverde-, un merengón que intenta comprar al portero mexicano de San Teodosio –Paco Rueda-. Superado ese trance, aguarda Roma. Nadie ha ganado en un terreno de juego donde antaño los animales se comían a los cristianos y ahora los locales se meriendan a los foráneos.
Esta especie de Evasión o victoria frente a la Curia romana se deja sentir cuando el cardenal de turno –Bruno Squarcia- intenta ganar el torneo usando malas artes. De esta forma se articula una propuesta más televisiva que cinematográfica, con algunas pinceladas de actualidad, como la mención a Cristiano Ronaldo, que tienen el riesgo de quedarse obsoletas muy pronto. Además, se le añade una historia de amor que protagonizan los personajes de Joel Bosqued y Macarena García que apenas aporta nada a la historia. Se podría haber eliminado en aras de un mayor verismo, porque da la sensación de que sólo existen en Europa el campeón de España y el equipo del Vaticano para pelear por el triunfo.
Por si no funciona el humor, se han añadido algunos toques escatológicos que suelen funcionar entre los espectadores menos exigentes. Desde un balonazo en los genitales, pasando por exhibiciones rectales y una ventosidad a cargo del Papa, que también es humano y visita los servicios de caballeros como los demás. Otro de los aspectos desenfadados, y que parecen insertados para el entretenimiento del público familiar al que se destina el film es la narración de Manolo Lama en un supuesto Tiempo de juego eclesiástico.
Por todos los medios se ha intentado aprovechar la figura del pastor evangélico gitano –Alberto Bang-, que incluso tiene su momento de gloria en dos secuencias post créditos. Echamos en falta un poco más de sarcasmo en ese aspecto, ya que se nos antoja un poco desaprovechado. Todo lo contrario que la banda sonora, gracias a un competente Fernando Velázquez, que incluye un agradable tema final y un rap a cargo de El Langui que, como otros aspectos del film, resulta poco explotado o se queda diluido en una propuesta simplista pero agradable, divertida a ratos y cuya contenido se adivina desde el principio. En ese aspecto, no engaña a nadie.