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C’est la vie (Le sens de la fête) (**1/2)

24 enero 2018

La necesidad de adaptarse

Max es un organizador de bodas y la que nos ocupa tiene lugar en un imponente castillo del siglo XVIII. Desde fuera no se aprecian las complicaciones que se concitan en un evento de estas características en el que, muchas veces, hay que luchar contra reloj para no defraudar a los contratantes y a sus invitados.

La organización de una fiesta y los problemas que conlleva suele ser una buena disculpa, y muy utilizada, para profundizar en sus entresijos. Los felices responsables de Intocable, los franceses Olivier Nakache y Eric Toledano, ha rodado desde entonces otros dos largometrajes, a razón de uno por trienio, pero no han logrado acercarse a la calidad y tirón de aquel. Mantienen algunas de las características de su cine, como es la humanidad, el final feliz y buenas dosis de humor que resultan más o menos acertadas. Con un protagonista adusto y eternamente enfadado, como buen suele transmitir en la pantalla Jean-Pierre Bacri, si la intención era aproximarse a una especie de La gran belleza pasada por el tamiz galo, el resultado se queda muy lejos de tal pretensión.

Desde la primera secuencia ya vemos a un Bacri en su estado más reconocible. Interpreta a Max, que tiene una empresa de organización de eventos y que, en este caso, se encarga de una boda en un chateaux del siglo XVIII. Acudirá con sus hombres de confianza, como Adèle -Eye Haidara-, su segunda de a bordo; James –Gilles Lelouche-, un animador, cantante y cabeza visible de un grupo musical; Josiane –Suzane Clément-, con quien vive un romance sin que tenga el valor suficiente como pedirle el divorcio a su esposa; y Guy –Jean-Paul Rouve-, un fotógrafo que sólo piensa en una buena comida y un buen ligue. En esta ocasión se entenderá con la madre del novio –Hélène Vincent-. Además, hay que sumar la cuadrilla multirracial de camareros, de lo más variopinta y entre los que se cuentan más de un inexperto.

Sabido es que la Ley de Murphy siempre tiene un alto porcentaje de posibilidades de cumplirse. No es suficiente que todo se prepare a conciencia porque si algo puede salir mal, entonces saldrá mal. Eso es lo que sucede con la boda entre Pierre –Benjamin Lavernhe- y Héléna –Judith Chemla-. Pocas veces se pueden confabular los hados para que se roce el desastre desde el principio hasta el final. La intoxicación de los músicos antes del banquete, obliga a Max a improvisar, e incluso pedir ayuda a otro empresario del gremio para obtener las viandas necesarias.

Las riñas habituales entre el músico James y la irritable Adèle, que están tan cerca del odio como del amor, arruinan un detalle de la fiesta que, sin embargo, es una de las secuencias cumbres de la película, cuando el novio lleva a cabo una coreografía sujeto con cuerdas a un gran globo de helio. Una puesta en escena muy agradable y seductora, como algunas otras del film, que se alternan con valles bastante yermos, lo que convierten la cinta en una producción irregular, con altibajos bastante pronunciados.

El formato de comedia coral se intenta enriquecer con críticas más o menos veladas a la sociedad actual, incluido algunos aspectos económicos. Se pretende mucho, pero se abarca poco debido, en buena parte, a esa disposición de que se imponga siempre el lado humano y demostrar que las personas tienen buen corazón y sólo hay que rascar un poco en la superficie para comprobar los sentimientos agraciados de los demás. En ellos incluimos las historias de amor que bordean la historia y que, casi siempre la retienen por superfluos.

La fiesta, decíamos, es un recurso fácil y de ella nos quedamos con el derrumbe del protagonista. Todo se le cae encima. Desde la probable presencia de un inspector de Hacienda que puede repercutir en una fuerte multa por no tener a todos los trabajadores dados de alta a los contratiempos organizativos, pasando por los devaneos de Josiane con uno de los camareros. Esa es la parte más atractiva de una propuesta que tiende casi siempre al humor fácil, como el largo discurso del novio o el ofrecimiento de un entremés salado para disminuir la sensación de hambre entre los invitados.

Por la vulgaridad de algunas secuencias, se pierde el efecto de otras mucho más interesantes, como la agitación de servilletas para conformar el helicóptero del amor, el referido globo de helio, o un castillo de fuegos artificiales por los que se pasa casi de rondón, al igual que por las características de algunos personajes. La inmigración ofrece pinceladas que saben a poco, al igual que las ideas más brillantes del film. Demasiados roles y muchos detalles como para poderlos degustar como se merecen, tal es el caso de los camareros vestidos de lacayos o todos los comensales con atuendo de cowboys en una fiesta judía. El protagonista insiste siempre en la necesidad de adaptarse ante cualquier situación. Con el barullo que se forma no es tan fácil conseguirlo.

From → Cine

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