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The Florida Project (****)

9 febrero 2018

Del amable cuento a la dura realidad

Una niña de seis años disfruta junto a sus amigos de un verano divertido a base de pequeños engaños al tiempo que llevan a cabo una serie de gamberradas algunas de las cuales muestran un alto grado de intensidad. Mientras tanto, los adultos intentan sobrevivir en unos moteles donde se alojan personas marginadas o con escasos recursos.

Disney World está muy próximo, con su atractivo oropel, sus atracciones y una pléyade diaria de turistas. Antes de que edificara su resort y los demás hoteles que alberga el complejo, se levantaron distintos albergues en zonas aledañas. Construcciones de cartón piedra, con llamativas fachadas en color pastel y nombres atractivos, como el Magic Castle situado en Kissimmee, donde vive la mayoría de protagonistas de esta relato, y que evoca a Magic Kingdom, el famoso parque de atracciones temático.

Ahora esos edificios han caído en dejadez y ruina. Los turistas se hospedan dentro del complejo Disney y esos moteles, que prácticamente han olvidado su momento de brillo, acogen clientes desarraigados, con dificultades para llegar a fin de mes, prostitutas y algún despistado como la pareja de brasileños que solo piensa en marcharse una vez que ha llegado a la recepción. Un empleado, Bobby Hicks –Willen Dafoe-, ejerce como gerente de la construcción púrpura, más bien lila, aunque en realidad es un chico para todo. Lo mismo lleva a cabo tareas de mantenimiento ayudado puntualmente por su hijo Jack –Caleb Landry Jones-, que adopta el papel de padre o tutor de los críos que habitan el establecimiento, o de vigilante atento para que se cumplan las ordenanzas. En una de las escenas cumbre descubre y expulsa a un hombre mayor que andaba merodeando a los críos.

Al comienzo, unos críos escupen sobre un auto situado en el aparcamiento. La voz cantante la lleva Moonee –Brooklyn Prince-, de seis años, y está acompañada por Scooty –Christopher Rivera- y Dicky –Aiden Malik-. Gracias a este incidente entablan relación con Jancey –Valeria Cotto-, la hija de Gloria –Sandy Kane-, la mujer afectada por la travesura. Ocupará en el grupo el lugar de Dicky, que se marcha con su padre a Nueva Orleáns y permitirá que el guionista y director Sean Baker de rienda suelta a una de sus constantes cinematográficas, la relación y amistad entre féminas, como sucedió en trabajos anteriores como Starlett, o Tangerine, primer largometraje filmado con la cámara de un teléfono móvil.

Los críos llevan a cabo una serie de gamberradas, que incluso van más allá. Engañan a los turistas para comprar helados y hasta llegan a quemar un inmueble vacío, refugio de drogadictos. Esa acción es determinante para que Ashley –Mela Murder-, la madre de Scooty- rompa toda relación con Halley –Bria Vinaite-, la progenitora de Moonee. Hasta entonces, le proporcionaba alimentos sobrantes, o sustraídos, del restaurante de comida rápida en el que trabaja. Es uno de los sustentos de Halley, que intenta salir a flote y darle a su hija la mejor infancia posible dentro de sus posibilidades. Para ello, no duda en recurrir a hurtos, pequeñas estafas e incluso a la prostitución.

El relato es profundo, la dirección más que ajustada y el excelente montaje de Sean Baker se encuentran a la altura de una interpretación brillante que tiene su punta de lanza en Willen Dafoe. El de Wisconsin firma uno de los mejores trabajos de su carrera. Es paternalista cuando la acción lo requiere, pero también duro, compasivo y un trabajador preocupado por sus huéspedes. Todo ello en un ambiente cutre, tan postmoderno que hasta fagocita una cierta visión naíf del conjunto.

Baker apuesta por el maniqueísmo y la ambigüedad, que lleva hasta sus últimas consecuencias, incluida la secuencia con la que cierra el film. Los chavales, especialmente Monee son adorables, pero también indeseables si nos atenemos a sus gamberradas. Su madre, Halley, puede parecernos entrañable dentro de sus ansias de supervivencia, aunque no podemos estar de acuerdo en muchos de sus actos. Por eso, la propuesta mantiene un elevado grado de equivalencia, que no de vaguedad. La mirada de su autor intenta no tomar partido si exceptuamos el ambiente en que se desarrolla. Y aun así tampoco se aparta demasiado de sus cánones, enfrentando colchones con chinches y piscinas azuladas que, en ambos casos, Bobby Hicks se encarga de mantener a salvo para los clientes.

Sabemos que la historia debe desembocar en tragedia o, cuando menos, en un drama de alto voltaje, pero Baker nos conduce a ello como si estuviésemos en una playa, previo a la tempestad, y dóciles olas de diferentes tamaños besaran la arena. Hay ilusión y a ella se contrapone el realismo, como cuando las dos niñas miran el arco iris. Hay un tesoro al final del colorido semicírculo. Sí, pero un duende nos impide tomarlo. Así discurre esta bella película, tan dulce como agria, tan sentimental como veraz, tan indolente como amable. La vida nos regala alegrías y tristezas, lo mismo que este motel de cartón piedra, próximo al relumbrón de Disney, que constituye todo un mundo en sí mismo a base de gente marginada que lucha por salir adelante, día a día, de la mejor forma posible.

From → Cine

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