Bajo la piel del lobo (*1/2)

Un trampero solitario
Martinón es el único habitante de un pueblo perdido en las montañas pirenaicas. Solo tiene contacto con otra gente cuando ha concluido el deshielo, momento en el que baja a vender las pieles conseguidas y trabajadas durante el invierno. Al conocer a una mujer se verá forzado a replantearse su existencia.
Mejor no pensar en el futuro, solo en el presente. Durante los primeros veinte minutos no hay diálogos. La cinta se centra únicamente en el modo de vida de Martinón, único habitante de la localidad oscense de Auzal, donde vive plenamente integrado con la naturaleza. Su modus vivendi es la caza, principalmente los lobos, aunque no desdeña ningún animal cuya piel se pueda vender. Mantiene sus rifles en perfecto estado de revista y coloca cepos para atrapar cualquier ser viviente susceptible de alimento o ingresos económicos cuando llegue el buen tiempo y pueda descender al valle para intercambiar sus productos por monedas.
Se mueve con destreza en la abundante nieve, sobrevive al frío con una fogata interior y en verano se preocupa de recolectar los productos de su pequeño huerto. Unas pocas cabras le proporcionan la leche suficiente durante el año. Acepta con supuesto agrado esa fórmula porque se adaptado al medio. Para interpretar a este Jeremiah Johnson a la española, Mario Casas se vio obligado a engordar para mostrar un aspecto más creíble, lo que en ocasiones recuerda al Leonardo di Caprio de El Renacido. Su vida es dura, y cuando nos encontramos con personajes así uno piensa que la función de crítico, por ejemplo, es poco menos que un trámite comparado con la difícil subsistencia de este tipo de personas.
El abandono se ha llevado muchas cosas, incluido los caminos. Por eso, su desplazamiento a la civilización es arduo. Debe trasladarse por parajes de acceso complicado, bajar riscos exponiendo su integridad y pasar la noche en la oquedad de una cascada. Luego, en el bar donde efectúa las transacciones, cambia sus pieles por monedas y alguna que otra botella de licor. Así hasta que tiene un encuentro amoroso con una molinera. En un aquí te pillo aquí te mato consentido por ambos. Y eso que su personalidad no dista mucho de un machismo incontrolado: Es más difícil educar a una mujer que a un perro, llega a decir. También es consciente de su vida y del hábitat en que se desenvuelve. Sabe que lo suyo no puede ser extrapolable a un niño.
Aun así, la llamada de la carne es inexorable, por lo que paga a un hombre para llevarse una mujer a su casa. Pascuala –Ruth Díaz- es viuda, su salud es delicada y se encuentra encinta cuando acompaña a Martinón. No sobrevive durante mucho tiempo y el trampero exige al padre de la mujer lo que considera suyo. Éste le responde ofreciéndola a su hija pequeña, Adela –Irene Escolar-, previo paso de ambos por la vicaría. Trato hecho, pero no lleves muchas cosas que todavía quedan las de tu hermana allá arriba.
Samu Fuentes escribió y dirigió este proyecto. Hasta ahora, su único trabajo era un documental, Miraflores -2008-, y de ese género se abastece esta propuesta centrada en un guion escrito seis años atrás. Ahí es donde más se luce el asturiano, demostrando que en ese aspecto se mueve con mayor soltura que con los diálogos y con el diseño de sus personajes. Las conversaciones son escasas aunque tampoco representan la parte más sólida de este film, que cuenta con un buen apoyo fotográfico por parte de Aitor Mantxola y de una completa partitura original de Paloma Peñarrubia que se empeña, principalmente en los sonidos de percusión.
La historia va perdiendo fuerza de forma paulatina después de un arranque interesante. La personalidad de los dos intérpretes principales se diluye y la idea de que Martinón se vea forzada a elegir entre mostrarse vulnerable o perseverar en la fórmula salvaje que le ha valido hasta ahora no consigue explicarse de manera convincente. Cuanto más se intenta penetrar en su interior más plana resulta la propuesta, que se desenvuelva cuesta arriba de cara a la conclusión.
Hay otros aspectos débiles. En un film probablemente estirado, no se reflejan los antecedentes del protagonista y la acción se presenta en un período indeterminado. Por el vestuario y la forma de proceder se remite a un tiempo pasado, lo que no concuerda con la despoblación, las armas de fuego y otras circunstancias más actuales como la superpoblación de los lobos. Ni uno solo de estos animales aparece abatido, aunque sí un espléndido corzo. Tampoco jabalíes, aunque apreciamos durante una secuencia el trabajo sobre una piel de uno de estos mamíferos.