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El mundo es suyo (**1/2)

28 junio 2018

Picaresca y gracia andaluza

No es la primera vez que su esposa pone a Rafi de patitas en la calle. El lío en que se ha metido ahora es demasiado gordo y le persigue la mafia rusa. Precisamente, en vísperas de la primera comunión del hijo de Fali, su compadre, quien tiene que proteger el traje de almirante que perteneció al mismísimo Alfonso XIII.

El mundo es nuestro fue el primer largometraje español financiado en parte por medio de Crowdfunding. En él aparecían dos personajes andaluces cuya comicidad se irradiaba a toda España desde Sevilla. Más conocidos por El Cabesa y El Culebra que por sus nombres reales, su participación en espacios y series televisivas les hermanó con la popularidad, que en la pantalla grande se asentó cuando aparecieron como los mejores amigos de Rafa -Dani Rovira- en Ocho apellidos vascos. Ahora ya tienen identidad, y Alfonso Sánchez -director, guionista y actor- y Alberto López vuelven a ser compadres y a generar humor.

Los hay que tienen gracia y otros que son graciosos. Sánchez y López gozan de ambas virtudes aunque, como suele suceder con los cómicos, las virtudes que atesoran quedan ocultas casi siempre por su necesidad de hacer reír y de que la gente lo pase bien con sus morcillas, sus chistes o sus propias circunstancias. Entre ambos, dominan como pocos el arte de la socarronería, de sacar brillo a sus ocurrencias. No necesitan el recurso de las frases hechas recurrentes, que de tanto decirlas calan en el espectador. Además, se ponen ante la cámara con la misma naturalidad con la que se toman un fino o degustan unos langostinos de tamaño gigante. Solo parecen preocupados porque otros paguen la cuenta. El rodaje debió ser más divertido que la propia película.

Rafi –Alfonso Sánchez- y Fali –Alberto López- vuelven a estar juntos cuando la esposa de aquel lo echa de casa y su compadre lo tiene que admitir en la suya pese a las reticencias de su mujer, Cayetana –Carmen Canivell-. Es la víspera de la Primera Comunión de su hijo y Fali debe ir a la tintorería a por el traje que ya vistieron sus antepasados y que perteneció al mismísimo Alfonso XIII. Naturalmente, su amigo se ofrece para acompañarle y, de paso, contarle que le persigue la mafia rusa, encabezada por un tal Petrov –Scott Cleverdon- , que no es aquel búlgaro que jugó al fútbol en el Betis. Le ha estafado sesenta mil euros ofreciéndole un negocio para extraer petróleo en Bollullos, a menos de veinte kilómetros de la capital.

Serán veinticuatro horas caóticas en las que los dos protagonistas vivirán momentos de todo tipo. Estarán a punto de dar un pelotazo creando una feria de abril permanente en Castilla La Mancha, se encontrarán con una gran cantidad de cocaína perteneciente a un capo –Carlos Urbán-, desfilarán por un prostíbulo de lujo y conocerán a un taxista aplicado que no se deja avasallar. Lo malo para los compadres es que todos ellos se empecinarán en hacerles picadillo y que cada uno de ellos, excepto el chófer de servicio público, con sus correspondientes esbirros.

Con una realización menos caótica de lo que parece y un guion irregular, Alfonso Sánchez pone patas arriba el mundo andaluz de falso oropel, y por ende el de todo el país. Allí donde hay tejemaneje, hay un español. Uno puede salir envuelto en una senyera de un lupanar y el otro contarle a un sin techo La de gambas que ha tenido que comer para llevar un plato de comida a su casa. Rafi y Fali enlazan más con los pícaros novelescos que con los considerados supervivientes. Saben que quienes les rodean, conocidos o amigos, son de la peor estopa, pero el dinero o la posición social les colocan en una posición superior a la suya. Como sea, han de aprovecharse de ellos, lo que únicamente consiguen si son más avispados.

Los dos compadres harían lo que fuese por un plato de langostinos de Sanlúcar, o se dejan llevar por una mujer Bandera –Mar Saura-, aunque sea la esposa de un conocido. Conocen a proxenetas, mafiosos, corredores de drogas, políticos corruptos, nobles en cuya palma de la mano comen lo anteriores sean del partido que sean, y religiosos que se arrastran por una buen ágape. Nadie es amigo de nadie en este mundo. Prima el interés y cualquiera vale mientras se pueda obtener el más mínimo beneficio. Excepto Rafi y Fali, cuya lealtad está por encima de todo.

El repaso a los estereotipos andaluces o españoles va, incluso, más allá. Aparecerá el beato, emprendedor y blandito, que se refugia en el catolicismo y en las tradiciones que hace suyas a su manera. Meapilas cuya casa es sobre todo un museo y que, en una particular vigilancia de los valores transmitidos de generación en generación, son capaces de albergar en su mansión la verdadera talla de La Macarena. EI señorito andaluz, que no se fía de nadie y menos de los jóvenes que buscan ganarse la vida con un buen braguetazo. Como el suegro de Fali -Carlos Olaya-, que presume de cinco cosas: español, de derechas, heterosexual, taurino y del Real Madrid. Por algo le hizo firmar a su yerno un acuerdo prematrimonial.

Y la reportera insistente –Mari Paz Sayago- que se aproxima a un policía local para sacar beneficio. No son todos los que están, pero son bastantes. La comedia funciona y por momentos surgen las carcajadas, pero el guion tiende a ser alocado y la realización dubitativa. Aun así, tiene más méritos de los que pudiera parecer a simple vista y es más resultona de lo que su calidad encierra.

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