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Los perros (**1/2)

1 julio 2018

En aras de la memoria histórica

Una mujer de mediana edad, que pertenece a la clase media alta chilena, toma clases de equitación con un hombre mayor, coronel retirado del Ejército. Un día llegan buscándole por su participación en crímenes perpetrados durante la dictadura de Augusto Pinochet.

La cinematografía chilena mira a un período de tiempo con el que no está conforme. Por similar situación pasó el cine argentino cuando quedó atrás la dictadura y el conflicto de las Malvinas, y el español de la transición en cuanto al referente de las secuelas franquistas. La cineasta Marcela Said, que se alzó con el galardón a la mejor película latinoamericana en San Sebastián, procede del mundo del documental. Dos de sus tres trabajos en ese campo tienen que ver con  la dictadura. El primero lo confirma en su título, I Love Pinochet -2001-, una reflexión sobre la complejidad del fenómeno que en Chile encabezó dicho presidente. En El mocito -2011- repasaba la vida de Jorgelino, que servía el café a los torturadores y fue acusado de asesinar a un miembro del Partido Comunista en 1976.

En este su segundo largometraje, se centra en una mujer perteneciente a la clase media alta del país. Se trata de Mariana, por cuyo trabajo se alzó Antonia Zegers con el premio Fénix a la mejor interpretación femenina. Se trata de un personaje atractivo que ofrece repulsión a la vez. A sus 42 años toma clase de equitación con un hombre de 60, Juan –Alfredo Castro- un coronel retirado al que un día remueven la conciencia de quienes le rodean acusándole de su participación en diversos crímenes durante la dictadura. Por el contrario, él no reniega de sus actos con arreglo al tiempo y al lugar.

La intención de la responsable del film era mostrar como la sociedad civil guardó silencio y todavía calla en relación a lo que sucedió durante aquellos ominosos años. Incluso, aunque tenga información relevante. Sin embargo, lo que se verdad señala, es la presencia de una mujer que pretende desenvolverse a su modo en un mundo machista. Quiere ser independiente, incluso conspicua. Pretende ser ella, independientemente de los hombres que la rodean, pero la suya es una meta difícil de alcanzar. Tomar el control de su propia vida para alguien como Mariana siempre resulta complicado debido a los lazos familiares y a la estabilidad económica.

Mercedes Said es una combatiente en pro de los derechos humanos, y contra la era Pinochet. No rebusca en el pasado porque está convencida de que las consecuencias se pagan todavía, Los fantasmas, siempre presentes, continúan arrastrando sus cadenas por el país. Saca a relucir la moral tan particular de quienes se vieron beneficiados por el régimen, y su protagonista se encarga de demostrar que hay algunos que pueden rebelarse, si bien al día siguiente regresan al punto anterior. Demasiados cómplices pasivos por parte de Chile, se afirma.

Mariana es una consentida por parte de padre –Alejandro Sieveking-, un industrial que solamente le exige la firma de algunos documentos, y dejada por lo que concierne a su indiferente marido -Rafael Spregelburd-. Sigue un tratamiento de fertilidad y parece que únicamente siente afecto por su perro Neptuno. Por eso, cuando conoce el pasado de Juan y se entrega a él, el espectador se arrebata. La atracción inicial ha dado paso a la fascinación, lo que nos enerva todavía más. Ahonda en su situación y también se deja llevar sexualmente por un policía casado –Elvis Fuentes-. Una extraña situación amorosa, prácticamente descontrolada e ilógica que la directora narra de forma sombría, oscura y con abundancia de primeros planos.

Juan, que se deja llevar por la mujer que ha entrado en su vida de forma insensata y hasta caótica sostiene que a algunos caballos les gusta probar sus jinetes. Con ello no pretende justificar el juego de poder que conduce a Mariana a demostrarse a sí misma que es más que quienes le rodean. Un egoísmo posiblemente mal interpretado que hubiese requerido un desenlace más dramático y no que sus personajes se dejen llevar por un destino que, al final, parece no conducir a ninguna parte. Más bien a caminar en el silencio y el conformismo.

Relato pausado, en ocasiones abúlico y en otras estremecedor, derivado de aquello que alberga la historia. Ni siquiera las canciones de Camilo Sesto rompen el clímax, porque con ellas se busca refrendar una propuesta que lleva a bucear en el fondo más abrupto de la sociedad sin que se produzca el esperado maremoto. Destaca tanto el cantante español como la partitura discordante de Grégoire Auger. Mientras, los perros andan sueltos, especialmente los más peligrosos.

From → Cine

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