Mary Shelley (**)

A Frankenstein por amor
Hija de un filósofo y propietario de una librería, Mary se enamoró del poeta y escritor Percy Shelley y decidieron vivir juntos pese a que él estaba casado. Un verano, en Ginebra, junto a Lord Byron, un médico amigo y su hermanastra, nació Frankenstein, uno de los personajes literarios más conocidos.
Fue en 1988 cuando Gonzalo Suárez firmó una de sus mejores películas, Remando al viento, en la que nos descubría a Hugh Grant y a Elizabeth Hurley. En ella narraba la pasión amorosa de que hacía gala Mary Shelley por su marido, y el nacimiento del mito de Frankenstein en una casa de Ginebra mientras los dos citados, Lord Byron, Claire Clairmont y el doctor John Polidori narraban historias en sus veladas nocturnas. Hay más referencias a este episodio, como el Gothic de Ken Russell, hasta esta última, que llega de la mano de Haifaa Al-Mansour, seis años después de La bicicleta, su vigorosa ópera prima.
En su primer trabajo en Estados Unidos ha seleccionado un casting competente, encabezado por Ellen Fanning, quien representa a Mary Wollstonecraft Godwin. Se trata de una joven, hija del filósofo político y librero William Godwin –Stephen Dillane- y de una autora feminista adelantada a su tiempo que murió poco después de dar a luz. Por eso compartía domicilio con su madrastra Mary Jane Clairmont –Joanne Froggatt- y su media hermana Claire Clairmont –Bel Powley-. Las deudas acuciaban a la familia, al tiempo que crecían las diferencias entre Mary y la esposa de su padre, lo que derivó en que la protagonista fuese enviada a casa de unos amigos en Escocia, donde compartió su amistad con la hija de los propietarios, Isabel Baxter –Maisie Williams-.
La ambientación y el vestuario resultan fascinantes. Cada encuadre es como un cuadro realista apasionante. Incluso los interiores podrían competir sin desdoro con los mejores bodegones de la historia pictórica. Ilustran la creación de uno de los más grandes mitos literarios, pero también la pasión que surge entre Mary y Percy Bisshe Shelley –Douglas Booth-, un poeta y autor discípulo de Williamm Goddwin que, aunque casado, no compartía el lecho conyugal. Los dos amantes decidieron compartir su vida, acompañados en muchas ocasiones por Claire quien, finalmente, quedó embarazada de otro literato, nada menos que Lord Byron. Aunque este afirmó que no la amaba, cumplió con su deber de padre y respondió económicamente de su hija hasta que la pequeña falleció pocos años después.
El verano de 1816, a orillas del lago Leman, en Ginebra, se reunieron en casa de Byron los Shelley, la propia Claire, y el doctor John Polidori –Ben Hardy-. Por la noche, narraban por turnos historias, imaginarias o ficticias. Como si de un Decamerón se tratase, pero en las que el sexo o el erotismo no figuraban como eje central y sí el esoterismo o los avances científicos y tecnológicos. Así nació Frankenstein, que solo puedo ver la luz como texto anónimo para ocultar la identidad femenina de su autora y con prólogo del propio Percy Shelley. No fue el único ser nacido de aquellas noches creativas. También El vampiro de John William Polidori.
La escritora Emma Jensen y la directora Haifaa Al-Mansour, se han esforzado por mostrarnos una mujer independiente y feminista. Aunque la propuesta da preferencia a las vivencias amorosas de sus protagonistas, ilustran su guion con pasajes literarios de la propia Mary Shelley. De esta forma, elevan la calidad de los diálogos, pero se refrendan con unas voces en off casi siempre prescindibles al tiempo que dotan al libreto de una intelectualidad que no todos los espectadores pueden seguir con facilidad.
No aparece el monstruo, aunque sí se hace referencia a los adelantos científicos que derivarían en su creación. De la misma forma que Frankenstein necesitó una descarga para encontrar la vida, también este film necesitaría una reacción similar. Es demasiado lánguido y profundo, pero no apasiona. Los dos protagonistas parecen, incluso fuera de foco. La película, sobre todo, es una tragedia o, cuando menos, un drama exagerado. En el caso de Mary, se acentúa todavía más. Hija de una mujer que murió pocos días después del parto y que era una feminista convencida, las dificultades en su casa, tanto económicas como las derivadas de una relación abrupta con su madrastra, el desplazamiento a Escocia, el amor por un hombre casado, el fallecimiento de sus tres primeros hijos, nacidos prematuramente, la imposibilidad de firmar la primera edición de su Frankenstein o el nuevo Prometeo… Y sin embargo, ni la Mary Shelley del film, ni la propia Ellen Fanning, acusan tanta desdicha.
El personaje es introvertido y lineal, poniendo una coraza a sus emociones. Lo mismo sucede con su esposo. Resulta mucho más atractiva la relación entre Lord Byron y Claire Clairmont. El poeta únicamente se quiere a sí mismo, y desdeña a la madre de su futura hija Allegra, aunque se divierte y goza con ella. Se trata de dos seres rebeldes que provocan chispas cuando están juntos. Mucho más vívidos y naturales que los amantes sobre los que pivota el film que, finalmente, supone un paso atrás de la primera mujer que dirigió un largometraje en Arabia Saudí y que, por si no bastase, también gozó de una candidatura al Oscar.