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El vuelo de la paloma (***)

25 julio 2018

Sainete en una plaza del pueblo

Reposición. Enfrente de la casa en la que habita Paloma, una atractiva mujer que malvive junto a su marido, comienza el rodaje de una serie televisiva. Su protagonista es el actor por el que ella siempre ha suspirado y su presencia le permite ampliar sus horizontes y encontrarse más segura de sí misma.

Corría el año 1990 y los Premios Goya estaban a punto de festejar su cuarto aniversario. Una comedia se postulaba parea el éxito definitivo con cinco nominaciones, aunque finalmente se fue de la ceremonia de vacío. Se trataba de un guion coral escrito por Rafael Azcona en colaboración con el director de la película, Rafael García Sánchez. Eran los tiempos de la Movida madrileña, aquellos de las dos Españas en  los que el deporte nacional pasaba por arremeter contra los fachas porque se pensaba que era una postura a extinguir.

Significaba la tercera colaboración entre Azcona y García Sánchez después de La corte de faraón y Divinas palabras, rodadas entre dos adaptaciones de Valle Inclán. De las tres, a mí me pareció en su día la más interesante aunque fue la que menos respaldo crítico consiguió. El tiempo ha pasado por ellas, y creo que es precisamente ésta la que mejor lo ha soportado. La película se disfrutó a Berlín, donde fue a concurso junto a La ley del deseo, de Pedro Almodóvar. Su director había ganado el Oso de Oro en 1978 gracias a Las truchas y tenía buen cartel, aunque también regresó de vacío.

No se trata de una propuesta de momentos álgidos, de picos de humor exacerbados que nos obliguen a reír a mandíbula batiente. Más bien, es sonrisa continua, con una serie de personajes variopintos que parecen imposible de mezclar. Sin embargo, el buen hacer del guion permite una amalgama final que contribuye a la culminación de una propuesta sin apenas fisuras en la que todo tiene un encaje aparentemente imposible. Una comedia coral desarrollada en una plaza del Madrid antiguo, con personajes perfectamente identificables que terminan componiendo un sainete. Tiene aspectos del neorrealismo italiano, pero allí parecía imposible combinar a Antonioni con Alberto Sordi. Posiblemente, el paso del tiempo haya mejorado la visión de un film al que entonces se emparentó con 13 Rue del Percebe, aunque con personajes de chiste.

Paloma –Ana Belén- está casada con Pepe –José Sacristán-, un borracho y vago que trampea en los juicios a los que acude como procurador su hermano Miguel –Miguel Rellán-. La pareja tiene cuatro hijas –una de ellas interpretada por María Adánez siendo una niña- y sobrevive gracias a Ciri –Manuel Huete-, el padre de Pepe y Miguel, que regenta una chamarilería en la plaza que amanece invadida por un equipo de Televisión Española que se dispone a grabar una serie sobre la Guerra Civil y cuyo protagonista será Luis Doncel –Juan Luis Galiardo-, un galán sobón, que se impone más por su presencia que por sus dotes interpretativas.

La historia contempla un sinfín de personajes que suponen otros tantos estereotipos. Toñito –Antonio Resines- es un tipo apocado que vendió su piso al facha que piensa en Raza como ejemplo del mejor cine; y Juancho –Juan Echanove- es el pescadero del barrio. El primero fue novio de Paloma y el segundo suspira por ella, ofreciéndole a diario sus mejore productos, incluidos lenguados y percebes. Está claro que la mujer no es feliz, pero tampoco aspiraría a mucho más con las ofertas que se le plantean. Por eso, cuando conoce a al actor de sus sueños, sus horizontes se amplían y mira hacia el futuro con mayor optimismo.

Paloma viste sus mejores galas cuando se presenta la ocasión, como hacía la Carmen de Abracadabra, pero aquella destacaba mucho más en el entorno. Incluido su original peinado, uno de los emblemas del film. El argumento propicia que se presenten otros personajes. El cine dentro del cine abre posibilidades al capítulo de producción en el que se significan especialmente Juan José Otegui y Vicente Díez, mientras que el rodaje histórico facilita que haya un especialista en sucesos de la época. Alguien como Columela –Luis Ciges-, cuyos conocimientos quedarán minimizados por las aportaciones de Ciri.

Si nos atenemos al equipo técnico y artístico, El vuelo de la paloma representó en su día una auténtica súper producción para el cine español. No solo hay que recordar el elenco, sino también la fotografía a cargo de Fernando Arribas, la música de Manolo Díaz y el montaje de Pablo G. del Amo. Los tres contribuyeron poderosamente al resultado final de una comedia que se nutre de muchos planos secuencia. Daba la sensación de que la historia había sido preparada para Luis García Berlanga, pero su distanciamiento con Rafael Azcona propició que fuese García Sánchez quien por fin la dirigiera. En todo caso, forma parte de una serie de producciones costumbristas del cine español que se deben de tener en cuenta y recuperar, como sucede ahora, más valorada si cabe por la pésima edición que en su día se ofreció para consumo doméstico.

From → Cine

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