Los fantasmas de Ismael (Les fantômes d’Ismaël) (**)

Pesadillas para todos
Cuando un director de cine se prepara para rodar su siguiente película reaparece en su vida la que fuera su esposa, quien le abandonó veinte años atrás. Su presencia obliga a que su vida experimente un vuelco inesperado y que afecte también a la relación con su actual compañera.
Esta es la película que inauguró la última edición del Festival de Cannes. Supongo que por ser francesa y porque su director, Arnaud Desplechin, ha sido el responsable de filmes muy interesantes; también porque sus tres intérpretes principales son de lo más destacado del star system local. Los tres argumentos juntos resultan suficientes para estrenar con honores un largometraje que parece que son varios a la vez, que presenta momentos álgidos y otros que no parecen dignos de su autor. De todas formas, antes de visionar este título recomendaríamos que se eche un vistazo a Reyes y reina -2004-, de la que parece deudora.
Ismaël Vuillard -Mathieu Amalric- es un cineasta que prepara su próximo film. Está escribiendo un guion inspirado en su hermano, Iván Dedalus -Louis Garrel-, un diplomático que da la impresión de que es un escurridizo espía. La acción se desarrolla en dos frentes simultáneos, el del autor y el que afecta a la llegada de Iván al Ministerio y las conversaciones de sus compañeros acerca de su escurridiza personalidad. Es un fantasma más dentro del conjunto que ronda en torno al protagonista.
Se habla de fantasmas aunque, realmente, cada uno de los personajes del film sufre sobre todo de pesadillas. Desazones para todos porque la propuesta de Desplechin no deja que ninguna de sus creaciones se vaya de rositas y sin sufrimiento. Mediante las reuniones informales de los diplomáticos conocemos algo más de Dédalus, ese hombre que sin haber acudido a ningún centro docente de campanillas es capaz de hablar seis idiomas, está titulado y fue el número uno en la oposición.
Las referencias a Ismaël, que poco a poco van ganando peso, son bien distintas. Sabemos que estuvo casado y que hace veinte años su esposa se fue sin ninguna explicación. Una década después las autoridades la considera fallecida, pero él se lleva bien con su suegro, Henry Bloom -László Szabó-, aunque tienen diferentes puntos de vista respecto a las razones de la ausencia de ella. Ismaël habla de infidelidades de su esposa, aunque no parezca especialmente afectado por ello.
El encuentro es cordial y Henry le pregunta si aun comparte su vida con Sylvia -Charlotte Gainsbourg-. Se trata de una astrofísica y da la sensación de que están completamente enamorados. Un día que ella estaba tomando el sol en la playa aparece una mujer que se identifica como Carlota -Marion Cotillard-, la esposa desaparecida del protagonista. Hace más de veintiún años que se fue, vivió en albergues, trabajó y tuvo muchos amantes hasta que se casó en India con un hombre que falleció tres semanas atrás.
La parición de Charlotte cambia radicalmente la vida de Ismaël y afecta a su relación con Sylvia. Mientras se podría establecer un paralelismo forzado entre Iván y su esposa, lo cierto es que ambas historias fluyen por caminos muy diversos. El triángulo amoroso empieza a dominar la escena y se pasa de una primera media hora magnífica a languidecer. Paulatinamente, el interés de lo que ocurre en la pantalla se va disolviendo hasta llegar a una parte final que es el contrapeso del inicio. Desde que aparece Carlota y se queda a pasar la noche en casa de su ex marido y su compañera, solo nos saca del tedio una gran Marion Cotillard, que se luce como actriz y se adorna con sus encantos merced a un desnudo frontal y a un baile al son de una canción de Bob Dylan mientras quien fuera su marido observa detenidamente.