Aladdin (**)

El genio que se quedó en la lámpara
Un ladronzuelo sueña con casarse con la hija del sultán. Su vida da un giro insospechado cuando el visir real le propone que entre en la Cueva de las Maravillas para conseguirle una vieja lámpara. El objeto, cuando se frota, libera a un genio azul que concede tres deseos a su portador.
Hay que preguntarse en qué dirección queremos que marche el cine. Quizá, haya que replantearse si el llamado séptimo arte no se quedará asfixiado finalmente por otro de nuevo cuño que tiene que ver con el CGI. ¿Podrá el diseño por ordenador desbancar al celuloide o son dos piezas complementarias’ Uno piensa en tantos creadores que han llevado al cine a la categoría de arte y luego están ejemplos como esta versión de Aladdin, producida únicamente para extraer beneficios en las taquillas de todo el mundo.
Durante un viaje un hombre cuenta la historia de Aladdin a sus dos hijos. Podría haber abierto igualmente un ejemplar de Las mil y una noches. Así nos encontramos al protagonista –Mena Masud- junto a su fiel mono Abu. Una rata callejera que tiene la suerte de intervenir en un incidente sufrido por la princesa Jasmine –Naomi Scott- y se enamora de ella. En este personaje advertimos una novedad, la de una mujer que quiere tomar las riendas de su destino y que se niega a cumplir con la tradición de que tendrá que casarse con un principie y no con el hombre que ella elija. Atisbos de revolución social. Nada más.
De la misma forma que solo podía acceder al Santo Grial un puro de corazón, únicamente un diamante en bruto podría entrar en la Cueva de las Maravillas, donde se ubica la lámpara mágica. Naturalmente, el elegido en Aladdin, y el ambicioso visir Jaffar -Marwan Kenzari- se las ingenia para que el muchacho se adentre en la oquedad. Una vez allí, antes de que se desplome, se lleva la lámpara, la alfombra mágica y un gran rubí. Es la hora del genio –Will Smith-, un personaje azul que se verá inmerso en la guerra que libran Jaffar por desplazar al sultán –David Negahban-, el padre de Jasmine, demasiado ansioso por encontrarle un marido, y el protagonista.
Cada cual pedirá sus deseos. Aladdin quiere ser un gran príncipe y Jaffar un poderoso hechicero. Nada nuevo respecto a lo que ya conocíamos. También aparecen Iago, el loro del visir y Rajah, el tigre de la princesa, cuya fiel doncella y confidente, Dalia –Nasim Pedrad- siente la llamada del amor cuando conoce al Genio, quien corresponde a ese interés. La historia apenas ofrece diferencias a las ya conocidas, e incluso a los videojuegos que en su día aparecieron en el mercado para las consolas de Sony y Nintendo. Por eso sorprende todavía más que un director tan personal e innovador como Guy Ritchie pase desapercibido detrás de la cámara.
Únicamente en la recta final se pueden apreciar algunas transgresiones que permiten ilusionarnos. Ocurre lo mismo con la participación de Will Smith. Cuando tiene que remedas las situaciones y chistes del original animado, es como si los recitara con desgana. En el momento que puede explayarse a voluntad saca sus recursos para demostrarnos que hay algo más que un personaje. En todo caso, Disney mantiene una postura políticamente correcta. Jasmine puede ser una feminista de corazón, pero su acción se encuentra limitada. Tanto como todo lo extravagante que pudiera deparar este remake.
Al fin y al cabo, no es más que eso. Se modifica lo necesario para que nada cambie, no se vaya a molestar al espectador. Es una propuesta familiar con apuntes reivindicativos, pero hasta cierto punto. Sin embargo, con Jafar convertido en hechicero puede ser que se les haya ido la mano y que los más pequeños lleguen a aterrorizarse con su presencia en la pantalla. Se mantiene, por tanto, la línea de la propuesta presentada en 1992. Donde no llegan los personajes reales, se echa mano del CGI. Rajah, Abu, Iago, la alfombra mágica, los fondos de montañas y valles, el imponente palacio, el cuerpo de Simith… Todo ello ha sido gracias a frotar un ordenador para que aparecieran los duendes del diseño. Pero el genio, al final, se quedó en la lámpara.
Disney tiene todo calculado, especialmente el apartado musical, donde si no se lleva el Oscar cada año aparece con una o varias nominaciones. No ha querido trastocar los dos temas fundamentales del filme animado, pero sí ha echado mano de Alan Meknen para que componga, aparte de la banda sonora, un tema que pelee por las estatuillas. Hay un par de canciones que están creadas para ello, además de llegar fácilmente a la audiencia. ¿Séptimo arte o márquetin? Necesitamos un genio, o tal vez un hada madrina para convertir calabas en carrozas y ratones en eficientes lacayos.