La vida sin Sara Amat (La vida sense la Sara Amat) (**)

Cosas de críos
Pep, un chaval de trece años está interesado en una muchacha del pueblo en el que viven sus abuelos. Una tarde, mientras la pandilla juega al escondite, la chica desaparece. Por la noche Pep la encuentra en su dormitorio y ella le pide que no la delate porque, en realidad, ha huido de su casa.
El paso de la inocencia a la pubertad, con todo lo que ello conlleva, nos ha dejado muchos ejemplos cinematográficos a lo largo de la historia. El último es esta cinta de la debutante Laura Jou, que bebe en las fuentes de la novela homónima escrita por Pep Puig. En ella, el narrador describe unos hechos acontecidos bastantes años atrás que nos presenta tamizados por el paso del tiempo. En la película son diez días en los que sucede una acción que afecta fundamentalmente a dos críos, Pep -Biel Rossell- y Sara Amat -María Morera-.
Laura Jou, con un valorado cortometraje a sus espaldas, tiene una larga experiencia como directora de audición de niños y no falla en ese cometido. Los dos actores que encabezan el cartel, ambos primerizos, nos atrapan con su actuación al tiempo que representan dos personalidades muy diferentes en ese momento de la vida en que la infancia se acaba y se produce el despertar hacia el mundo adulto. Pep es un chico sensible, hasta se podría decir que tímido a pesar de que vive en la ciudad, pero en el lapso que propone el guion madurará a pasos agigantados. Sara es mucho más echada para adelante, con mayor experiencia y algunas dobleces.
La historia se fija entorno a los años ochenta, cuando era costumbre que las familias pasaran el verano, o dejaran a los hijos, en casa de los abuelos. El final del estío se aproxima y en la pandilla saben que Pep está enamorado de Sara, lo mismo que otra pareja aprovecha cualquier posibilidad para besarse lejos de las miradas de los curiosos. Una tarde están jugando al escondite y Pep se resguarda al lado de Sara, en un lugar bastante predecible. El chico es descubierto y cuando mira a su lado nota la ausencia de su amiga.
Definitivamente, Sara ha desaparecido. Todos la buscan en el pueblo y al llegar la noche se queda únicamente su padre para acompañar al alcalde y a otros dos hombres designados por éste. Las conversaciones con su abuela no tranquilizan a Pep, ya que ella le cuenta que hace años desapreció otra joven de la localidad y fue encontrada muerta. Mientras el protagonista reza implorando que se amiga se encuentre sana y salva, ella se deja ver en su habitación.
La chiquilla huye de su entorno. Se ha escapado de su casa porque no soporta las mentiras de los adultos. Sus padres no se llevan bien, aunque parezca lo contrario y el alcalde flirteó con su madre a tenor de unas cartas que ha encontrado en su domicilio. Pep se encuentra dominado por los impulsos del primer amor y subyugado también por el primer beso. Accede a los propósitos y a los caprichos de Sara. La esconde y se pliega a sus exigencias, que no son pocas.
El chico tiene que hacer malabarismos para proteger ese amor ciego, pero su aprendizaje se lleva a cabo de una forma acelerada. Con algunos altibajos y ciertos planos equívocos, el desarrollo fluye de forma natural gracias a la mirada de su directora. La espontaneidad es su principal arma y el elemento diferenciador respecto a otros argumentos semejantes. La sencillez no elude algunos aspectos arriesgados en la puesta en escena, si bien el tono poético domina la narración.
Hay un erotismo latente que Jou diluye con las miradas de sus protagonistas, un niño que se ve obligado a dejar de serlo y una incipiente mujer, hasta cierto punto enigmática. Ambos deben conocerse con mayor profundidad, y juega a favor la fotografía de tonos cálidos, que nos remiten a esa época veraniega de años atrás, muy bien tratada por Gris Jordana. La simpleza se compensa también con un metraje ajustado, apenas hora y cuarto, que nos hace integrarnos en el relato. Además, quien más y quien menos encontrará pasajes próximos con los que se sentirá identificado.