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Semillas de alegría (*)

15 septiembre 2019

Niños para cambiar el mundo

Retrato de unos niños correspondientes a tres países distintos y otros tantos continentes. Se pone de manifiesto la lucha por conseguir la felicidad ejerciendo sus derechos fundamentales. La condición social y la falta de recursos los diferencian, pero no por ello renuncian al obligado respeto.

Hay trabajos que tienen un discutible recorrido comercial, pero que están rodados con el corazón. Esta ópera prima de Cristina Linares es un buen ejemplo. Apoyada por distintos organismos gubernamentales, privados y alguna ONG ha elaborado, a partir de un guion de Miguel Serrano, un largometraje próximo al documental para mostrarnos tres ejemplos de las vivencias de varios chavales en tres puntos diferentes de nuestro planeta. El objetivo fundamental es hacernos reflexionar acerca de los derechos de los más pequeños y, de paso, sensibilizarnos acerca de la necesaria solidaridad que ello implica.

En Colombia, centrándose en La Boquilla, y con algunas secuencias filmadas en Cartagena de Indias, se cuenta el día a día de una pequeña y humilde comunidad pesquera. En Cacula, ubicada en Angola, una enfermedad desconocida aqueja a un pequeño que se desmaya súbitamente mientras intenta comer en poco de pan. Rápidamente es llevado a un hospital precario donde un médico sobreactuado se encuentra desbordado por las urgencias y los pacientes crónicos. La parte española, rodada en Aranjuez, nos habla del día a día de las madres solteras. Sus hijos están criados en una sociedad más próspera, aunque no por ello se encuentren con menos dificultades por mucho que sean diferentes.

El proyecto es muy ambicioso y la puesta en escena no alcanza el mismo nivel. Es mucho más interesante lo que se propone que la fórmula arbitrada para narrarlo. Se plantea una fórmula cooperativa en la que todos debemos arrimar el hombro y la idea se asfixia a la hora de mostrarla al público. Hay un puto interesante, que es el de la libertad a su manera que muestran los críos. Ellos no saben de desigualdades, pero los desequilibrios se encuentran en todas las latitudes y es trabajo de todos eliminarlas. En el filme hay más demostraciones que búsqueda de alguna solución determinante.

La igualdad de las personas que persigue las Naciones Unidad para 2030 a partir de los objetivos pactados por casi doscientos países cada vez parece más lejana. La película no lo demuestra como tal, aunque se pone en evidencia con las tramas referidas a los distintos ejemplos de que consta. Cristina Linares pone empeño y esfuerzo, trabajando con actores no profesionales, pero esta producción se queda más en una demostración que en una denuncia.

La fotografía de Juan Antonio Muñoz intenta diferenciar los tres lugares en que se desarrolla, pero esta diversificación se produce más por el paisaje y la diferente luz que ellos mismos proyectan. No se presentan situaciones auténticas y sí hechos generados en la ficción. Unido a la sobreactuación en general de un elenco aficionado, la producción en general pierde fuerza de manera paulatina por mucho que Carla Pozos y Diego Poch, que provienen del mundo del musical, intenten paliarlo.

From → Cine

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