Gloria Mundi (***1/2)
Vivir en la necesidad
El nacimiento de Gloria reúne a toda la familia. Su venida al mundo es motivo suficiente como para que su abuela informe de la buena nueva a su ex, que lleva en prisión veinte años. A su regreso, las la liberación, se encuentra con una familia cuyos miembros intentan salir adelante en medio de un panorama económico sombrío.
El cine francés que ha llegado hasta nosotros en los últimos tiempos parece cortado por el mismo patrón. Algunas historias son más originales y en otras sus responsables muestran mayor talento. Hay excepciones, y algunas notables, como es el caso de esta última propuesta de Robert Guédiguian, un cineasta que nunca pasa desapercibido. En cada una de sus películas hay motivos para la sorpresa y el apasionamiento. Provoca con su maniqueísmo y suele proteger sus tesis con una especie de coraza rara vez penetrable,
Ganadora de la Copa Volti en Venecia a la mejor actriz en la persona de Ariane Ascaride, la recompensa se nos antoja más como un reconocimiento a la obra en conjunto que no a la actuación de una intérprete dentro de una puesta en escena coral. Ella encarna a Sylvie, la abuela de Gloria, la recién nacida. Se trata de una trabajadora de la limpieza en horario nocturno, porque le proporciona mayores ingresos, y que siente amenazada su paga por una huelga con la que no está de acuerdo.
Está casada con Richard -Jean-Pierre Darroussin-, un confiable conductor de autobuses que le incita a que informe del nacimiento al verdadero abuelo biológico de Gloria. Se trata de Daniel -Gérar Meylan-, quien lleva veinte años en la cárcel por el asesinato de un joven cuando acudió en defensa de un amigo. No obstante, había sido culpable anteriormente de diversos robos con cuyo producto obsequiaba a Sylvie. Richard trató siempre a Mathilda -Anaïs Demoustier- como su propia hija, e incluso confiesa que la prefería a Aurore -Lola Naymark-, nacida tras su matrimonio.
Mathilda trabaja como dependienta temporal en una boutique, aunque sabe que sus días en ella están contados cuando finalice su contrato de prueba, porque así lo permite la legislación. Está casada con Nicolas -Robinson Stévenin-, que confía en salir adelante en cuanto termine de pagar los plazos del automóvil en el que ejerce como chófer de Uber. Por su parte, el marido de Aurore es Bruno -Grégoir Leprince-Finguet. Un cocainómano infiel y grotesco, pero el único que ha sabido aprovecharse de los tiempos de crisis con un establecimiento de empeños que le proporciona importantes beneficios y le posibilita la apertura de una sucursal. Su cuñada aspira a ser la gerente, aunque para ello tenga que utilizar su cuerpo sin saber que su media hermana es su mayor enemiga.
La historia se desarrolla en Marsella y está protagonizada por una familia cuyos miembros tienen un común denominador a excepción de la pareja formada por Aurore y Bruno: son personas sacrificadas y generosas, al tiempo que muestran buenos sentimientos. Representan el maniquismo tan apreciado por el autor. No obstante, cada uno es fiel a sí mismo y se comporta con arreglo a su naturaleza y su pasado. Ese es uno de los mayores aciertos de este largometraje. Los personajes son insultantemente coherentes, lo que proporcional conjunto un estimable valor añadido.
No es el único acierto, ni siquiera el más significativo. La película en sí, es una propuesta moderna. Tanto, que a veces parece indecente. Se desarrolla en una ciudad cosmopolita, en torno a un rascacielos símbolo de la modernidad a cuyo pie late un barrio humilde y trabajador que malvive con escasos jornales a cambio de un horario exagerado. Son los contrastes de una gran urbe que no olvida su estatus de puerto importante del Mediterráneo. Junto a un gran centro comercial de nuevo cuño y marcas selectas se sitúan las tiendas de campaña de los emigrantes que cruzan el mar en busca de un futuro que se les niega en su país.
Por eso, el trabajo de Guédiguian es un retrato de una familia nada próspera, aunque también la radiografía sociológica de una gran ciudad mediterránea. Apenas deja resquicios para el optimismo. Sus personajes parecen condenados y, siguiendo su costumbre, los hace parecer impermeables. Cada palo aguanta su vela. El resultado final es compacto, y hasta resultón, si bien los temas que expone parecen mucho más sólidos que la historia familiar. Muestra su vertiente más politizada en tanto que lamenta la desesperanza instalada en las clases trabajadoras más débiles. Sic transit gloria mundi, así pasa la gloria del mundo.