Longa noite (****)

A la revolución desde el pasado
Anxo regresa a su pueblo, situado en el interior de Galicia. En plena posguerra se encuentra con diversos personajes, tanto ganadores como perdedores. Una carta le obliga a cruzar la frontera y adentrarse en la larga noche franquista para que resurjan fantasmas que todos creían olvidados.
Con dos trabajos anteriores a sus espaldas, el lucense Eloy Enciso Cachafeiro profundiza de nuevo en el cine documental. Pero el suyo no es trabajo al uso, puesto que le gusta recurrir a textos de autores reconocidos con los que conformar un guion sólido, coherente y lleno de matices. En esta ocasión se introduce en Galicia rural de la posguerra española, en plena represión franquista, para ofrecernos una visión fantasmagórica propiciada por la narrativa tanto epistolar como visual.
Dos pobres lamentan su situación en la puerta de una iglesia y sostienen que tiempos pasados fueron mejores. El título del filme da paso a un autobús en el que un viajante entabla conversación con otro hombre. Se trata de Anxo -Misha Bien Golas-, quien ha cruzado la frontera a raíz de una carta recibida. Aquel le dice que vende ballenas para paraguas, aunque el verdadero negocio está en las pieles. Tras una breve lección de como un emprendedor puede ganar dinero, habla de las veces que se ha enriquecido, tantas como se arruinó, y que la mejor emigración es la que mira hacia Sudamérica, porque los que regresan lo hacen con sus bolsillos repletos de dinero.
La casa familiar de Anxo está perdida en la montaña. Probablemente en la sierra de Mira, de donde es natural el autor. En su regreso se encuentra con diversos paisanos, tanto ganadores como perdedores en el conflicto. Hay pinceladas costumbristas y despertar de sentimientos aletargados, que parecía haberse olvidado con el tiempo, pero que resurgen de su somnolencia. Principalmente, hay desconfianza en la presencia del retornado mientras la mujer que solicita limosna en las escalinatas de la iglesia recrimina a los trabajadores que ponen en pie una nueva prisión. Ellos alegan que son padres de familia y tienen que alimentar a su mujer y Asus hijos.
Así entramos en la segunda parte, atractiva como pocas gracias al texto y a la excelsa fotografía del barcelonés Mauro Herce. Conoció a Enciso cuando ambos eran alumnos de la Escuela de San Antonio de los Baños, en Cuba, y la producción audiovisual gallega actual no podría entenderse sin él. La cámara se adentra en las fragas galaicas. Huye en lo posible de los eucaliptos, los robles y los castaños para presentarnos una naturaleza nocturna, e inicialmente degradada para ir tornándose cada vez más verde, frondosa y alimentada del musgo que proporciona la humedad de las noches y la sempiterna niebla, que apenas la abandona únicamente en verano. Se llega después de un recorrido fluvial mágico e hipnótico.
Dejando reposar el texto gracias a fotografía hiperrealista que combina el rodaje nocturno con secuencias de noche americana, la voz en off se remite a cartas de un condenado a muerte desde la prisión, la petición de indulto por parte de autoridades eclesiásticas y la solicitud de perdón reclamada en última instancia por el reo a su esposa e hijos. Pone los pelos de punta, y sobrecoge todavía más el bosque en cuyo interior Anxo emerge como único ser vivo. Ni siquiera el verde mitiga la desazón provocada por la conjunción del guion y las imágenes.
Como es habitual en él, Enciso recurre a textos de autores reconocidos. En este caso, podemos hablar de Max Aub, Rodolfo Foxwill, Luis Seoane, Alfonso Sastre y José María Aroca, entre otros. Una canción y pequeños detalles centran temporalmente un relato atemporal. Jean-Marie Straub insistió en que hacer la revolución es volver a hablar de cosas antiguas ya olvidadas. Sin duda Longa noite es revolucionaria en muchos sentidos. Desde el núcleo de su exposición a una puesta en escena absorbente.
El responsable de este trabajo suele recurrir a actores no profesionales, gente de la calle o pertenecientes al teatro amateur. El protagonismo en esta ocasión lo ha reservado para Misha Bies Golas, un artista plástico inclasificable que tiene su taller en Lalín, la capital del Deza. Fue uno de los responsables de que esta producción se alzase con el Boccalino D’Oro al mejor director, concedido por la Asociación de la Crítica Independiente en el festival de Locarno. Una recompensa lógica a unos valores que rompen con la tradición del documental y alimenta la idea de que en el cine no todo nos lo tienen que dar mascado. Se pueden avivar emociones con propuestas tan originales y complejas como la que nos ocupa.