Star Wars: El ascenso de Skywalker (Star Wars: The Rise of Skywalker) (**1/2)

Siempre nos quedará Tatooine
Un año después de Los últimos Jedi, el líder supremo Kylo Ren descubre que Palpatine vive y ha puesto en marcha un ejército de destructores estelares para crear un nuevo Imperio. Los Jesi y los Sith tendrán vérselas en una lucha irreversible, lo que conducirá a la saga de los Skywalker a su definitivo final.
Cuarenta y dos años atrás, cuando Una nueva esperanza se presentó en el Festival de San Sebastián, pocos podían suponer que la profecía de George Lucas podría cumplirse. Afirmó que aquel empeño era la primera entrega de una serie de tres trilogías y que su sorprendente filme, rubricado con la excepcional marcha de John Williams, era el inicio del núcleo central. Tras un segundo largometraje tan impactante como el primero la saga continuó, pero le siguió un declive que desembocó en la compra de Lucas Artist por parte de Disney.
Así llegamos al final de una epopeya que ha marcado a toda una generación, ¿o más de una?, con J.J. Abrams recogiendo el testigo del genio californiano. Desde aquel epicentro las nuevas producciones dejaron de sorprender y únicamente hacían felices a los incondicionales de los Skywalker, Hans Solo, C-3PO y compañía. Con Disney se mejoró en parte. Al menos, se revitalizó la saga mirando a la entrega inicial y se presentaron nuevos personajes, algunos de los cuales entraron por derecho propio en el olimpo estelar.
Esperábamos que el cierre fuese un broche de oro, que se quemaran las naves necesarias para que se nos ofreciera un producto espectacular Tan lleno de vida y con unas novedades lo suficientemente atractivas como para que añorásemos para siempre este universo del que siempre hubiéramos querido que continuase, o renaciera de sus cenizas. Desafortunadamente, nos hemos quedado con las ganas. El último episodio se mira en el espejo de la creación de Lucas, aunque el reflejo es refractario y bastante borroso.
Se inicia con la resurrección de Palpatine -Ian McDiarmid-. Como si nos importara mucho que el ex emperador de la Galaxia y señor oscuro de los Sith siguiera con vida. Cualquiera podría haber puesto en macha una nueva flota de destructores estelares para dominar el universo y continuar las amenazas de la Primera Orden. Es cierto que a lo largo de la saga se han recuperado personajes que parecían haber recibido el golpe de gracia. Comparar a Hans Solo con Palpatine es una broma.
La cinta más extensa en metraje de Star Wars muestra una primera parte tediosa, en la que cada personaje parece empeñado en hablarnos de sí mismo. Mientras, parece que asistamos a una constante búsqueda del tesoro. Kylo Ren -Adam Driver-, que ha creado el dispositivo Sith Wayfinder, busca al ex emperador. Rey -Daisy Ridley-, que forma parte de la Resistencia liderada por la general Leia Organa -Carry Fisher- debe hallar el mencionado dispositivo para toparse con Palpadine, y así sucesivamente. Sin embargo, el tesoro principal, que es el de la diversión y el de la originalidad brilla por su ausencia.
La parte central es la que más nos convence. Al menos, nos saca del sopor y muestra los argumentos de JJ Abrams para considerarlo como un cineasta de altura. El duelo de espadas de luz en medio del agua entre Rey y Kylo es brillante, como también ritmo que se ofrece con la presencia de los nombres más destacados de esta última trilogía: Finn -John Boyega-, Poe Dameron -Oscar Isaac-, el general Hux -Domhnall Gleeson-, Maz Kanata -Lupita Nyongo’o- y hasta el espíritu de Luke Skywalker -Mark Hamill-. De los nuevos personajes, únicamente sentimos interés por Zorii Bliss -Keri Russell-, un viejo conocido de Poe, que desarrolla una subtrama atractiva. El merchandising, desde luego, no se incrementará demasiado con las nuevas propuestas.
Desembocamos así en la recta final, una mala copia de la de 1977. No se da respuesta a todos los interrogantes planteados en las dos anteriores entregas y lo único que se busca es contentar a los fans. De acuerdo que hay acción, que está bien rodada, pero no deja de ser más de lo mismo. Respecto a Carry Fisher, después de la controversia de las imágenes creadas por CGI tras su fallecimiento, se han recuperado planos y secuencias inéditas desechadas en su día. Un producto absolutamente pensado para la taquilla y que más parece un encargo de cierre de campaña que no debiera desencantar a los seguidores acérrimos ni tampoco molestar a quienes no lo son tanto.
No hay momentos de respiro cuanto más nos acercamos al desenlace. También hay emoción y, sin embargo, todo nos suena hueco. Es como si empeñáramos tiempo y esfuerzo en completar un puzle sorpresa y al final, mientras contemplamos el resultado nos dijéramos: ¿Todo para esto? Al menos, alimenta la nostalgia. A los cinéfilos y a quienes han convertido Star Wars en una religión, seguro que se le humedecerán los ojos con el final, durante la puesta de los soles gemelos.
La echaremos de menos, siempre. A las dos primeras películas y al microcosmos que plantea. Luego, nos preguntaremos las razones por las que Rey es tan poderosa sin haber tenido el suficiente entrenamiento con un Jedi o recordaremos que Disney anunció posibles problemas para los epilépticos por las luces intermitentes sostenidas. Parafraseando a Casablanca, siempre nos quedará Tatooine. De por sí, ya es suficientemente reconfortante.