Sobre lo infinito (Om det oändliga ) (**1/2)

Retratos de la existencia
Un intento de yuxtaponer las diferentes etapas que un ser humano atraviesa en la vida. Una reflexión caleidoscópica sobre la propia existencia, con sus momentos de esplendor y también de crueldad. Contiene pasajes banales y otros que influyen definitivamente en nuestro devenir.
La sinopsis está entresacada de la oficial, y solo referimos aquello que nos parece más ajustado con lo que, a lo largo de setenta y seis minutos, se ve en la pantalla. También se afirma que está inspirada en Las mil y una noches, que ciertos pasajes parecen echar esa idea por tierra. Teóricamente, una especie de Sherezade ejerce de narradora, pero la primera voz en off que escuchamos es la de un hombre. Bien es verdad que una pareja se abraza en el cielo y que muy bien pudiera relacionarse a ella con la cronista oriental. Sin embargo, el hecho de que se referencie en uno de los pasajes en que una pareja sobrevuela en una ciudad considerada bella y que ahora se encuentra en ruinas, echa por tierra ese supuesto.
La urbe en cuestión es Colonia, y la película es una ensoñación muy particular del sueco Roy Andersson, que coleccionó galardones con Una paloma se posó sobre una rama a reflexionar sobre la existencia, si bien consiguió los mayores honores con su debut, Canciones del segundo piso. No puede entenderse este último trabajo sin pasar previamente por las otras dos, o incluso por La comedia de la vida. Quienes se muestren más críticos con su obra dirán que no deja de ofrecer más de lo mismo, aunque en cada una de las películas citadas hay sutiles diferencias que permiten desmarcarla de las demás.
Su cine está impregnado de surrealismo y también de un componente reflexivo que lo identifica. Ahora, muy encima de las anteriores propuestas, su mensaje se divide en una serie de cuadros casi pictóricos, en el que sus protagonistas se desplazan lo mínimo. Si afirma que pretende mostrar las bondades y las crueldades de una vida, convendría decir que se echan en falta algunos aspectos y que en otros pasa de puntillas, como el caso del joven que todavía no sabe lo que es el amor.
Aboga casi siempre por un humor kafkiano, en ocasiones prácticamente imperceptible. Para conseguir su propósito, no duda en estirar algunas secuencias o en convertir algunos de sus personajes en recurrentes. Probablemente, son los más celebrados en un film compuesto por postales a base de planos secuencia. Retratos de la existencia humana en los que se recrea más o menos. No todos pasamos una guerra, ni asistimos a la caída de Hitler. Sucedió hace tres cuartos de siglo. Bien es verdad que hemos llevado a nuestros hijos a un cumpleaños bajo la lluvia o que a la mayoría de las mujeres se les ha roto uno de los tacones de sus zapatos.
Hay circunstancias que hasta se pueden considerar lógicas, como la persona que llega a una estación esperando que alguien la espere y ese alguien todavía no ha llegado. Otras resultan inverosímiles, como el hombre que en un autobús comienza a llorar por los condicionamientos de su propia existencia. Al contrario, hay otro que en un bar está eufórico y le da gracias a todo lo que le rodea. La incomunicación está presente en la mayoría de los cuadros. Hay quien se preocupa porque un viejo compañero de la escuela no le salude cuando se cruzan -Jan Eje Ferling-, pero bien sabe que tiene sus razones. Hay referencias que transgreden el estilo general. La que se refiere al maltrato femenino es la que muestra un mayor movimiento.
Hay historias a las que les saca mayor partido dentro de un contexto hierático y con colores mates. Es la del odontólogo que tiene un mal día -Thore Flygel-. Como su paciente no quiere que le anestesie por tener pavor a las agujas y se queja por el dolor al utilizar el torno, le deja plantado sin más miramientos. La parte del león, no obstante, se la lleva un sacerdote -Martin Serner- que ha perdido la fe y consulta a un psiquiatra -Bengt Bergius- que no está dispuesto a prolongar su consulta para no perder el autobús.
La película, en todo caso, resulta inclasificable. No se puede recomendar a alguien so pena que se defraude si no apuesta por el cine de autor más reflexivo. No significa que no merezca la pena. Mucho más lejos de la realidad. Ganadora del León de Plata al mejor director en el Festival de Venecia, es un compromiso arriesgado, eficiente e irregular. Alberga una postproducción convincente que mereció el galardón a los mejores efectos especiales del Cine Europeo. Extravagante desde cualquier puesto de vista, brilla por su originalidad y su puesta en escena, que alterna momentos pesimistas con otros más efervescentes, como el de las tres chicas que se ponen a bailar frente a un café. Disfrutarla, denostarla o aceptarla va según los gustos.