Song to Song (**1/2)

Song to Song – Amor entre música
Un triángulo amoroso entre un productor y dos músicos se ve enriquecido por otros personajes interconectados que parten de un gran concierto en Austin. Hay engaños, pasiones y sentimientos afines que tienen su epicentro en un hombre animoso y en otro nada confiable catalizados por una mujer.
Como sucedió con Knight of Cups, para este trabajo de Terrence Malick, que vio la luz en 2017, se ha previsto un estreno reducido en las salas españolas para que pueda disfrutarse prácticamente en exclusiva en plataformas de pago. En esencia, podríamos decir que se trata de un musical, pero de la forma en que puede entender este género por parte del cineasta de Austin, ciudad de la que parte la historia. Es decir, una enmienda a la totalidad.
En la capital texana se han congregado ciento treinta bandas para una cita multitudinaria. Como si fuesen un millón. Apenas suenan veinte segundos de cada tema, que se combinan con partituras clásicas. No hay más tiempo para Iggy Pop y sus pectorales, ni para una Patti Smith que habla de la muerte de su esposo, acaecida en 1994, como si fuera un pequeño documental. No es el único, porque hay fragmentos de una exhibición de tuerking, tomas de multitud en el estadio, o esos poemas bucólicos minimalistas a los que nos tiene acostumbrado Malick.
Los pájaros vuelan, como el polen. El sol se dibuja más que se aprecia en el horizonte, y el agua compone otro elemento sustancial, así como las lujosas casas en las que se mueve Cook –Michael Fassbender-, que por momentos parece emular a Hugh Hefner. En medio de ese desmadre está una guitarrista llamada Faye –Rooney Mara-, quien se acerca al dueño de la mansión esperando que le pague sus deudas y le ayude a salir adelante. El tercer vértice del triángulo BV –Ryan Gosling-, un compositor con el que quiere trabajar Cook. Le dice que escoja a la chica que quiera para solazarse, pero él solo parece interesado en Faye.
Así comienza una historia de amor que podría haber sido convencional y a la que Malick le otorga su sello. Faye le dice a BV que no confíe en Cook, y le oculta sus encuentros sexuales con él. Así hasta que el productor conoce a Rhonda, una camarera que trabajaba como maestra de jardines de infancia y que el paro le ha obligado a aceptar otros trabajos. Ese personaje nos muestra a una atractiva y sexy Natalie Portman, que completa un reparto de lujo junto a Holly Hunter, su madre en la ficción.
Para que no falte de nada, Faye se enrolla con Zoey –Bérénice Marlohe-, lo que aporta el porcentaje homosexual de la propuesta, al tiempo que su ex parece olvidarse de ella con Amanda –Cate Blanchett-. Más que una película de personajes, lo es de actores y Fassbinder sigue adelante con sus exageraciones, sin obviar tríos ni camas redondas. Es la versión de 9 canciones con gran presupuesto e intervinientes de lujo mezclada con Shine, aunque sin planos explícitos. El autor busca pies descalzos, manos entrelazadas y tobillos desde los que la cámara va subiendo para mostrar la anatomía al completo.
El trasfondo del mundillo musical se referencia, aunque no se critica. Si nos atenemos a la esencia, tampoco hay demasiadas sorpresas. Observamos al productor sin escrúpulos, a la muchacha capaz de cualquier cosa para salir a flote, su contrapunto que demuestra tener más integridad por muy mal parada que se quede, y el más inocente de todos. Ese es BV, que no dudará en regresar a la Costa Oeste y trabajar en algo impensable mientras cuida a su padre –Neely Bingham-, enfermo terminal.
La diferencia está en la puesta en escena. Malick combina el drama de Song to Song con algo tan personal como escudriñar a su alrededor, aunque para ello tenga que rizar el rizo. Los murciélagos toman la pantalla de la misma forma que los ciervos se solazan en un ambiente más urbano o Gosling da de comer una manzana a los caballos. Mientras, los personajes entran y salen, van y vienen. Desde una desdibujada Blanchett hasta los cuatro roles principales, mucho mejor desdibujados. Otros, como Val Kilmer, se conforman con un cameo utilizando una motosierra contra un amplificador.
En Kinght of Cups vimos al Malick menos convencional. Song to Song le sigue la pista. Su relato es más legible, lo que nos óbice que en la mayoría del metraje prestemos más atención a la forma que al fondo. El montaje pasa del vértigo a la naturalidad, aunque abunda más de lo primero. Se permite viajar a México, donde los dos varones se enfrentan como en una berrea para ser uña y carne en la secuencia posterior. Son diferentes, y a la vez complementarios, tal y como sucede con sus alter egos femeninos.