Baby (**1/2)

Madres, brujas y drogadictas
Una joven drogadicta acaba de dar a luz. Incapaz de hacerse cargo de su hijo y con la intención de seguir adelante con su adicción decide vender al bebé. Arrepentida, tratará de recuperarlo casi de inmediato y para ello se introduce en un caserón donde habitan tres mujeres que comercian con niños.
El vitoriano Juanma Bajo Ulloa es un cineasta arriesgado. Sus películas no dejan indiferente a nadie, aunque se trata de una enajenación transitoria, como Airbag. En Baby regresa a uno de sus temas de referencia, cual es la relación entre una madre y su hijo. Gracias a él consiguió la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián en 1991 con Alas de mariposa.
Su nueva propuesta resulta temeraria. No hay una sola línea de diálogo a lo largo de los 106 minutos de proyección. Con imágenes poderosas, llenas de metáforas, nos presenta un cuento tan infantil como cruel. Tan apasionado como terrorífico en el que habla de la maternidad subrogada, de los niños robados, de la llamada de la sangre, de la drogadicción y hasta de casas encantadas.
Una joven adicta al alcohol, al tabaco y a la heroína -Rosie Day- da a luz en una de sus crisis. Sus recursos económicos son escasos y su pequeño apartamento es poco menos que una pocilga, como bien se cerciora su casera -Charo López-. Está visto que no puede hacerse cargo de la criatura y, además, necesita dinero para alimentar su drogadicción. Por eso decide venderlo a una matrona -Harriet Samson Harris- quien lo destinará a una pareja de lesbianas de alta condición social -Susana Toledo y Amalia Ortells-.
Una vez hecha la entrega, la protagonista se arrepiente. Quiere recuperar a su hijo y llega hasta la casa de la matrona, que vive con una mujer albina -Natalia Tena- y un personaje bastante ambiguo que encarna Mafalda Carbonell. ¿Serán brujas? La mansión está en situación de semi abandono excepto donde están plantadas las fresas. Este fruto representa a la diosa Venus y desde siglos atrás se utilizaba como ofrenda. Los campesinos ataban una cesta con ellas a las astas de los bueyes como homenaje a la madre tierra.
Las fresas son una de las muchas metáforas que se encuentran en Baby. Algunas más acertadas que otras. Las hay muy crípticas y otras fácilmente asequibles. Es una propuesta femenina que trata de algunos de los muchos problemas de las mujeres. Incluidos sus miedos ancestrales a ciertos animales, ya sean arañas o ratones.
Bajo Ulloa presenta un largometraje hermoso en el apartado visual, con unos exteriores magníficos, extraídos de la geografía alavesa, vizcaína y burgalesa. Las imágenes de Josep M. Civit son irreprochables, incluso cuando retrata animales terrestres o aves solitarias o en bandadas. Cualquiera de esos planos tiene un significado acorde al desarrollo del guion, espléndidamente acompañado con una partitura brillante original de Bingen Mendizábal y Koldo Uriarte.
El director no da puntadas sin hilo. Cada encuadre tiene su valor, al igual que los objetos que se encuentran desperdigados tanto por el apartamento de la chica como por el caserón en el que habita la matrona. Hasta la mugre que se trasluce está cuidosamente ordenada. Como el chupete que posiblemente fuese un legado hecho a la protagonista. El objeto, muy original, ejercerá de hilo conductor en la narración. En ocasiones se lleva a cabo con esbozos o de forma algo somera.
Visualmente irreprochable, al igual que el apartado sonoro. Hay lagunas en su progreso, como el olvido de su drogadicción por parte de la protagonista. Ofrece dudas el comprobar que habría podido llevarse al bebé y salir por la puerta sin oposición. Cuando se decide ya es demasiado tarde. La ausencia de diálogos puede resultar irritante en buena parte de los espectadores. Ciertamente, a Baby hay que admirarla u odiarla. El término medio es muy difícil de encontrar. No deja de ser una apuesta arriesgada de muy difícil recorrido comercial.