El baile de la gacela (**1/2)

Fútbol y compás
El sueño de Eugenio es ganar el trofeo que nunca ganó en el fútbol. A sus 72 años encuentra una última posibilidad en un concurso de bailes tropicales. Cuando pierde a su pareja, su única opción de ganar será enfrentarse a sus propios prejuicios y a los de su familia. Ahora cambiará el esférico por el salón.
Ganadora del premio a la Mejor Ópera Prima en el Festival de Montreal, el costarricense Iván Porras nos presenta una comedia agridulce en la que su protagonista intenta redimirse a través del baile de salón. Es una historia sobre la vejez interpretada en su mayor parte por actores debutantes, como el protagonista, o semi profesionales. Las excepciones son los dos amigos del personaje central, Alejandro y Víctor, interpretados por Álvaro Marenco y Mariano González.
La historia se centra en Eugenio -Marco Antonio Calvo Coronado-, un hombre de 72 años que acude los domingos a las convocatorias de bailes de salón organizadas por un centro de mayores. Aunque considera que esa actividad es una payasada, tiene interés en una de las asistentes, Carmen -Vicky Montero. Y hace lo posible porque sea su pareja. Sin embargo, ella baila con siempre con el mismo hombre porque se prepara para un concurso ante la atenta mirada del instructor, Daniel -Patricio Arenas-.
Tiempo atrás, Eugenio fue un reconocido futbolista, apodado La Gacela Miranda. Tiene su espina clavada en la final de 1976, cuando cuajó un mal partido ante los ojos de unos ojeadores mexicanos. Su equipo salió subcampeón y vive con el peso de no haber podido conducir a su escuadra a la victoria. Siempre que puede está atento a los partidos. Incluso, cuando acude a los bailes, sigue los choques a través de la radio y unos auriculares. Han pasado más de cuatro décadas, pero la gente todavía le recuerda.
Vive solo, y su único contacto familiar es su nieta Marina -María José Callejas-, que le anima a que persevere con Carmen. Tiene la oportunidad cuando ella se queda sin pareja y se inscribe en el concurso a última hora pese a la imposición de ella y del profesor. No obstante, a través de coreografías facilonas, intenta que no parezca en la pista un pato mareado. Mientras, sus dos amigos ofrecen el contrapunto de la seriedad y el optimismo, colaborando al buen rollo que destila el film, a pesar de las distintas contrariedades.
Una historia sencilla contada con delicadeza, pero que da la sensación de que todo está impostado. Desde los personajes, hasta cada una de las secuencias. Se echan en falta muchos matices a pesar de que, en algunos detalles, se muestra como un relato valiente. Sobre todo, por la presencia de Daniel, un homosexual que fue un bailarín destacado de joven. También se echa en falta alguna exhibición de La Gacela Miranda con el esférico.
Se convirtió en pareja del hermano de Carmen en una relación que duró décadas, y ahora también se encuentra solo tras el fallecimiento de su amigo. Por diferentes circunstancias, tampoco ha visto cumplidos sus sueños. Los dos varones que encabeza el reparto, se encuentran en una situación pareja respecto a sus logros y a sus ilusiones. Ahora tienen una oportunidad de resarcirse, aunque lleguen a la conclusión de que no siempre lo importante es ganar.
Esa es una consecuencia que se atisba y en la que, como tantas otras, Iván Porras no llega a desarrollar convenientemente. Por ejemplo, esperamos alguna exhibición de La Gacela Miranda con el esférico, pero nunca llega. Se enfoca más en los representantes de la tercera edad, el sentimiento de una muerte más o menos próxima y el convencimiento de la mayoría de que se deben hacer las cosas que se desean antes de que sea demasiado tarde. Está muy bien reflejado ese ambiente y las reuniones en torno a un DJ que les invita a bailar.
Las referencias LGTBI son importantes en un país como Costa Rica, pero tampoco llegan a crear un conflicto evidente como el que se mantiene en la calle o en la sociedad del país. Se pone de manifiesto en la última fase de la película, cuando el personaje de Eugenio ha evolucionado tanto que ahora acude a los partidos de fútbol aficionado escuchando música y exhibiendo un ritmo muy diferente al que presumía sobre el césped.