El horizonte (Le milieu de l’horizon)

Un verano asfixiante
Verano del 76. Una ola de calor está provocando que el campo suizo se seque a toda velocidad. En ese ambiente sofocante, Gus, que tiene trece años y es hijo de un granjero, ve cómo su entorno familiar y su inocencia se resquebrajan: está viviendo el fin de un mundo, y en particular del suyo propio.
Hay muchas más lecturas de las que a simple vista podamos degustar en esta película de Delphine Lehericey, cineasta belga afincada en Suiza. Adapta una novela de Roland Buti que nos coloca en el verano de 1976. Una norme sequía asola Centroeuropa en un momento de cambio social. Los granjeros tienen que hacer frente a una evidente revolución tecnológica mientras que son asfixiados por las ansias de un rendimiento rápido y notable, tal y como imponen las reglas del capitalismo.
En el campo, los hombres se ven obligados a buscar su lugar. Parece que han perdido, o no tienen, sus propias señas de identidad. Las mujeres van a favor de un viento de cambio, de libertad y de independencia. En medio de ese ambiente encontramos a Gus -Luc Bruchez-, un muchacho de trece años. Esa edad, en la década de los setenta del siglo pasado no podía compararse con la de ahora. Los chavales eran más inocentes y prácticamente en ese tiempo se producía el cambio de la niñez a la adolescencia.
Eso es lo que sucederá con este joven personaje, que se desplaza en bicicleta a buen ritmo por los alrededores de su granja. Se enfrentará por primera vez con la muerte cuando reconoce que su viejo caballo está moribundo. Tiene una relación cercana con su abuelo -Patrick Descamps-, aunque es el personaje más infravalorado en este largometraje. No parece gustarle demasiado el campo, pero se ve obligado a ayudar a su padre.
Thibaut Evrard raya a gran altura interpretando a Jean. Es él quien lleva la granja, auxiliado puntualmente por su discapacitado sobrino Rudy -Fred Hotier-. Se vuelca con los numerosos pollos que cuida celosamente en una especie de invernadero. La sequía les azota y varios de ellos mueren cada día sin que puedan poner otro remedio que aplicarse en su vigilia.
El despertar sexual de Gus se advierte desde la primera secuencia, cuando roba una revista para adultos. Se queda embobado ante cualquier atisbo de relación entre mayores y tiene la oportunidad de su primer beso con Mado -Sasha Gravat Harsch-. Un personaje con el que tiene una relación especial, tanto de cariño como de agresividad ante las tragedias que se le acumulan. Un tema recurrente en el cine del que se ofrece en este caso una perspectiva novedosa
La falta de agua es como la calma que antecede a la tormenta perfecta. Los problemas del campo, las relaciones con los demás, una hermana mayor, Lea -Lisa Harder-, que empieza a caminar con plena autonomía, pero sobre todo su madre. Cuando Nicole -Laetitia Casta- conoce a Cécile -Clémence Poésy-, una muchacha llena de vida y sin aparentes prejuicios, es como si se abriera una ventana de aire fresco en su vida y la libertad entrase a chorros.
Cansada de las rutinarias labores domésticas, se entrega apasionadamente a esa mujer, lo que le muestra unas perspectivas que le resultaban absolutamente desconocidas. Esa relación provoca las consiguientes murmuraciones entre unos vecinos que no son en absoluto condescendientes. Eso lleva a que Jean esté a punto de cometer un acto criminal cuando agarra por el cuello a su esposa. Desde ese momento, entra en una profunda depresión y, sin el concurso de su primo, Gus tiene que hacerse cargo de la propiedad familiar.
El protagonista crece en unas pocas semanas lo que podría haber tardado meses. A su alrededor nada se resquebraja, pero todo cambia. Se demuestra en la última secuencia, cuando Lea, virtuosa del violín, forma parte de la orquesta local que interpreta la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Antonín Dvorák. Toda una declaración de intenciones en un film en el que Lehericey muestra planos brillantes que alterna con otros más vulgares. Una puesta en escena irregular que se suma al escaso aprovechamiento de la mayoría de personajes secundarios.