Adaptación literaria, Dayla De Medina, Djibril Vancoppenolle, Drama, Eric Barbier, Gaël Faye, Jean-Paul Rouve
Pequeño país (***)

Inocencia y genocidio
Gabriel tiene 10 años y vive en un cómodo vecindario de expatriados en Burundi. Es un niño normal, feliz y despreocupado, que vive aventuras cotidianas con sus amigos y su hermana pequeña. De repente, en 1993, estallaron las tensiones en el país vecino, Ruanda, poniendo en peligro tanto a su familia como a su ingenuidad.
En 2016 el cantautor Gaël Faye publicó su primera novela, basada en una experiencia propia, aunque siempre se encargó de decir que no se trataba de una obra autobiográfica. La historia se centraba en Burundi, situada al sur de Ruanda, dos estados pequeños si los comparamos con sus vecinos del África Central. Durante los años noventa hemos oído hablar de los hutus y el genocidio de los tutsis. Parecía que nos quedaba muy lejano.
Eric Barbier ha adaptado la historia a la pantalla grande y nos ha dado a conocer Bujumbura, la capital de Burundi. En un barrio acomodado de un estado que no llegaba a los cinco millones de habitantes encontramos a Gabriel -Djibril Vancoppenolle-, un muchacho mestizo de diez años para quien esa zona es su pequeño país. Es hijo de un emprendedor francés exiliado, Michel Chappaz -Jean-Paul Rouve-, y de una madre de origen ruandés, Yvonne -Isabelle Kabano-. Gozan de una buena posición, y disponen de tres personas a su servicio.
En ese ambiente, Gabriel vive feliz con amigos de su edad y su hermana pequeña Ana -Dayla de Medina-. Es ajeno a cualquier vicisitud y la inocencia preside sus actos. Sin embargo, en Ruanda crecen las tensiones debido a la división étnica. En 1993 tienen lugar las primeras elecciones democráticas em Burundi, y muy pronto la sociedad se ve influenciada por lo que sucede al otro lado de la frontera. Un golpe de estado provoca inevitables consecuencias trágicas para los tutsis.
Lo que era una vida sin contratiempos se convierte para Gabriel en un rápido proceso iniciático tras la separación de sus padres. Michel contrajo matrimonio para ser un buen africano e Yvonne porque soñaba con ir de compras a los Campos Elíseos. Hasta ese momento, la violencia tenía lugar fuera de foco. La conocíamos por detalles, ya fuese por las informaciones captadas a través de la radio, o por una mirada furtiva de los críos en la que, a través de un agujero en una valla, veían pasar tanques y hombres uniformados.
Todo se inició una noche, con la presencia de un helicóptero sobrevolando la casa de los Chappaz. De inmediato, los acontecimientos se precipitaron. La ausencia de acciones trágicas o bélicas, que en principio parecía deberse a problemas de presupuesto, se va limando paulatinamente. Sin darnos cuenta estamos dentro de una masacre sin sentido, de una vorágine cruel. Uno de los puntos más álgidos, si no el que más, es cuando un soldado le pregunta a Gabriel: ¿Tutsi o francés? Tiene que elegir y su futuro depende de ello.
Un niño mestizo en ese panorama casi nunca es bien visto por ninguna de las dos partes. Para un francés, siempre será un mestizo, pero si la mirada proviene de un aborigen hay más posibilidades de que lo considere como un europeo. Lo que está claro es que el chaval protagonista ha tenido que dejar atrás su inocencia a pasos agigantados mientras Barbier dirige son pulso firme, sin alharacas. Lo hace con una mirada que tiende a distanciarse.
Parece que existe una mala conciencia de la inacción francesa en este punto de África, como había sucedido en la República del Chad una década antes. Es motivo para una reflexión histórica que en la película se soslaya para centrarse en las vivencias de su personaje central a través de unos años convulsos cuyas fechas más determinantes se sobreimpresionan en la pantalla. Así, hasta una conclusión condescendiente y nostálgica que no puede ofender a nadie.
From → Cine
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