The King’s Man: La primera misión (The King’s Man) (***)

Cuando un grupo formado por los tiranos y las mentes criminales más malvadas de la historia se une para desencadenar una guerra que matará a millones de personas, un hombre tendrá que luchar a contrarreloj para detenerlos. Tercera entrega de la saga, ambientada muchos años antes de las anteriores y que explica el origen de la agencia.
A la tercera entrega llegó la precuela. Matthew Vaughan nos explica los orígenes de esta agencia secreta cuyos componentes nos remiten al Rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda. Hay que remontarse a finales del siglo XIX cuando el altruista Duque de Oxford –Ralph Fiennes- efectúa una visita a uno de los frentes bélicos que atañen a la Corona Británica. Accidentalmente fallece su esposa, no sin antes pedirle que cuide a su hijo Conrad y le mantenga alejado de cualquier peligro.
Pasa el tiempo y nos trasladamos a los meses anteriores al estallido de la Primera Guerra Mundial. Conrad –Harris Dickinson- quiere alistarse, pero su influente padre siempre consigue detenerle. Como era de esperar, llega el momento en que ya no podrá hacerlo por mucho que las relaciones paterno filiales de entonces fueran otras muy distintas a las de hoy en día. Lo que acontece en el desarrollo de la contienda obliga al Duque de Oxford a intervenir de forma directa y recuperar ciertos usos casi olvidados.
Será el embrión de la sociedad secreta, y de la que formarán parte inicialmente él mismo, su fiel servidora Polly –Gemma Aterton- y el criado Shola –Djimon Hounsou-. Precisamente, su primera misión, aunque no se efectúe bajo el auspicio de la llamada The King’s Man, será destrozar los planes de un malvado de manual, cuya identidad se desvela únicamente al término de la proyección. Este individuo que maneja el mundo a su antojo gracias a una red de espías capaz de alterar la voluntad de los más altos dignatarios del orbe.
Nos referimos al Presidente de los Estados Unidos, el zar de Rusia, o el mismísimo rey de Inglaterra. De esta forma, el film parte de un suceso dramático para continuar posteriormente en esa misma línea, aunque añadiéndole un componente importante de acción. Vaughan se ha apartado conscientemente de los dos títulos anteriores para sentar unas bases sólidas para la sociedad secreta y, de paso, escribir una historia con personajes de verdad, casi siempre maniatados por el dolor, que le exigían un reparto muy competente.
Se juntan así dos líneas que parecen tan difíciles de mezclar como el agua y el aceite. Por un lado tenemos el aspecto dramático, que refleja la alta sociedad de la época y que se ve afectada por hechos dolorosos. La otra vertiente es la cara opuesta de la moneda. De la misma forma que el autor se aparta de los personajes creados por Dave Gibbons y Mark Millar, también se aleja de la realidad histórica. O, al menos, la reescribe a su manera.
Podíamos pensar en un esperpento. Incluso en una bufonada. Y sin embargo, los dos cauces coexisten para completar una película entretenida. El zar Nicolas II y los reyes Jorge V y Guillermo II son primos. Tanto, que han sido interpretados los tres por Tom Hollander. Hitler es una marioneta a manos de su asesor, Erik Jan Hansen –Daniel Brühl-, que trabaja para la malvada organización cuyo líder pretende dominar el mundo. Mientras, el presidente de los Estados Unidos está a merced de la misma tras un encuentro sexual.
Si pasamos por alto esta falsa lección de historia y lo tomamos como es, un cómic con personajes reales, el entretenimiento está más que asegurado. Alberga pasajes inolvidables, especialmente los que atañen a la presencia de Rasputín, con un Rhys Ifans inconmensurable. De todas formas, que nadie piense en una aventura similar a las dos primeras entregas de la saga. Ahora se mezcla el conflicto familiar con la lucha frente a un antagonista que, como la mayoría, quiere dominar el mundo. Para impedirlo está el germen de esos hombres del rey.