Prisioneros de Ghostland (Prisoners of Ghostland) (*)

Prisioneros de Ghostland – Totum revolutum
En la traicionera ciudad de Samurai Town, un ladrón de bancos es liberado de la cárcel por un pudiente señor de la guerra para que encuentre a su nieta adoptiva, que ha desaparecido sin dejar rastro. Para garantizar su misión es obligado a llevar puesto un traje de cuero que se autodestruirá en un periodo de cinco días.
Se han juntado el hambre con las ganas de comer. Por una parte, la primera película en inglés del cineasta japonés Sion Sono, exagerado y extravagante en sus propuestas. Por otra, Nicolas Cage, tan acostumbrado a ir al límite en sus interpretaciones, que lleva hasta el extremo de lo imaginable a sus personajes. El resultado es un puzle difícilmente encajable que comienza con una fuerza inesperada de colorido y termina construyendo un artesonado de elementos dispersos y tan imaginativos que parecen reírse de sí mismos.
Un ladrón de bancos, Héroe -Nicolas Cage- es liberado de la cárcel por un señor de la guerra en la ciudad de Samurai Town. El Gobernador -Bill Mosseley- mantiene un harén compuesto por jóvenes muchachas a las que se refiere como nietas adoptivas. Una de ella, Berenice -Sofia Butella- se ha escapado junto con otras dos co9mpañera y el líder de ese asentamiento fronterizo y peligroso está dispuesto a encontrarlas a toda costa. Ese es el encargo que ordena al protagonista.
Tiene cinco días para llevar a cabo su misión. Le han colocado un traje especial que pasado ese tiempo explotará. Si pretende quitárselo, también; y si toca, aunque sea suavemente a la muchacha, perderá el brazo. No hablemos de una posible excitación, ya que la indumentaria luce un par de bolitas en la entrepierna y podremos imaginar sin esfuerzo el resultado. En ese momento ya estamos familiarizados con un trabajo donde las luces de neón parecen adquiridas en las rebajas por su número, y con decenas de extras a cada cual más variopinto.
La aventura principal implica encontrar a Berenice, pero también la redención de los pecados del personaje central. Se lleva a cabo a través de un argumento lógico que Sono se encarga de complicar a través de excesos que comienzan cuando mezcla diversos usos del Lejano Oriente con características del Western. Esa fusión no le ha salido bien, como tampoco el gran reloj con el que varios tipos intentan jugar, unas canciones representadas de forma alocada, y adefesios enfundados en un traje de samuráis con hombreras de clavos o semejantes a momias recubiertas de papel higiénico en lugar de vendas.
Me interesa la máquina de bolas de chicle y su explosión a cámara lenta. Todo lo contrario que la mezcolanza de los recuerdos del robo a un banco que determinó la prisión del héroe, o los ecos de una explosión nuclear. El director nos pone la cabeza como un bombo con sus extravagancias. Quiere llevar las situaciones al límite y deja a los personajes como si caminaran sobre las aguas. Y a todo esto, Nicolas Cage haciendo de Nicolas Cage. Se entrega a fondo sin que le sirva de muchos en esta propuesta violenta tan llena de sin sentido.