Swan Song (***)

Pat Pitsenbarger es un excéntrico peluquero gay ya retirado que se escapa del asilo en el que está ingresado para cumplir con un último encargo: peinar y maquillar a una antigua celebridad, amiga y clienta que ha fallecido. Ella debe de estar radiante en su velatorio.
Nacido en Alemania y asentado en California, Udo Kier ha participado en casi trescientos filmes. Pocas veces, a nuestro entender, ha debido de disfrutar tanto como dando vida en esta producción de Filmin a Pat Pitsenbarger, un peluquero gay de la localidad de Sandusky, en el estado norteamericano de Ohio. No hace tiempo, fue una celebridad, gozando de la más selecta clientela, pero ha ido a parar a un asilo después de que el sobrino de su pareja se hubiera quedado con toda la herencia.
Eran otros tiempos, y así se lo hacen ver al protagonista. Ahora, una pareja homosexual puede defender sus derechos de transmisión. Esa es una de las claves de este film dirigido por Todd Stephens, que centra su filmografía en historias de temática gay. Pat representa a otra época. Ni siquiera los productos que consideraba esenciales para el cuidado del cabello están en vigor. Han sido sustituidos por otros menos contaminantes. Su negocio comenzó a ir a pique cuando su mano derecha, Dee Dee Dale -Jennifer Coolidge- situó el suyo enfrente y se llevó a su mejor clienta, Rita Parker Sloan -Linda Evans-, la ricachona de la localidad y su confidente.
En el asilo rompe las reglas fumando una marca de tabaco en desuso y orientado preferentemente al sexo femenino. Se entretiene doblando servilletas y esperando el tránsito final. Todo cambia cuando el abogado de Rita le anuncia que ha dejado escrito en su testamento que debe peinarla cuando fallezca y que, por ese trabajo, percibirá veinticinco mil dólares. Ese momento ha llegado. Sin embargo, Pat se siente reacio. Entiende que aquella mujer le jugó una mala pasada y con ello se inició su decadencia.
No obstante, termina escapándose del asilo dispuesto a cumplir aquel último deseo. Inicia un viaje corto, pero suficientemente largo para su edad con una camiseta raída y el chándal que vestía en la institución. Algunas personas con las que se encuentra a su paso le recuerdan, otras han oído hablar de él, pero las más le han olvidado. Se desplaza con las sortijas que exhibía en ambas manos cuando era uno de los vecinos más notables de Sandusky. De alguna forma, son sus señas de identidad.
Recuerda momentos vividos con su gran amor y alterna pasajes de euforia, anunciado su regreso ante un cartel local, con otros en los que el mundo parece caérsele encima. Pertenece a una generación diezmada por el sida y en esa jornada de recuerdos y vivencias recuperadas discurre entre la melancolía y la irreverencia. Nunca llega a ser patético, porque Udo Kier se encarga de ello. Eso sí, su personaje percibirá los cambios en ese pequeño universo en el que antaño se ha movido con altivez.
Visita el bar donde un día triunfó incluso con sus transformaciones y se reencuentra con Dee Dee siendo una sombra de su pasado. Lucha por mantener su figura y su arrogancia, pero es inviable. Tanto Stephens como su actor principal huyen del patetismo. Buscan la originalidad en una historia sencilla y lo consiguen. Es una delicia ver a quien, sobre todo, inspira ternura a pesar de su look y sus formas desfasadas. A Pat no tienes más remedio que quererlo porque, en sí mismo, es un personaje de altísimo nivel. Un excéntrico peluquero y gran profesional.