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Lady Mcbeth (****)

26 agosto 2017

En el siglo XIX, una zona de la Inglaterra rural registra la boda de una mujer y un hombre amargado que le dobla la edad. Cuando, ante las ausencias del marido, ella saca una fuerza interior inesperada que le ayuda a superar cualquiera barrera que se interponga entre ella y sus deseos.

El estreno de esta película en la pasada primavera nos descubrió una puesta en escena muy solvente, con una interpretación coherente y un cuidado guion que la convirtió en una de las propuestas más sorprendentes de los últimos meses. Su aparición en VOD debiera de auparla a los primeros puestos de los títulos más vistos durante estas últimas semanas del estío. Hablamos de un drama de época en el que han coincidido un director responsable, prácticamente debutante, que procede del mundo del cortometraje y la dirección teatral; y una actriz que aporta unas altas dotes interpretativas en su primer papel como protagonista y el segundo ante las cámaras.

La historia parte de una novela de Nikolai Leskov y se centra en la Inglaterra rural durante 1865. Katherine –Florence Pug h- es prácticamente arrojada por su padre  al matrimonio con Alexander Lester –Paul Hilton- un hombre que le dobla la edad. Tras la boda, se trasladan a la casa su suegro Boris –Christopher Fairbank-, donde llevará una vida absolutamente marcada por la rutina. Ha de levantarse a la misma hora y llevar a cabo cada día idénticos rituales, lo que la obliga a pasar mucho tiempo sentada sin esperar novedades. La imagen, con la protagonista enfundada en un traje azul es una de las más representativas de un film que se alzó con el premio FIPRESCI en el Festival de San Sebastián de 2016.

Boris recrimina a Katherine de no haber dado un nieto, pero lo cierto es que su hijo no siente ningún interés físico por ella. Cuando los dos hombres parten de la finca por separado para resolver diversos asuntos, Katherine puede salir de la mansión por primera vez al quedarse sola con Anna –Naomi Ackie-, una criada de color. Por eso se da una vuelta por el exterior hasta que llega a un habitáculo en el que se encuentran los trabajadores de la finca. Se fija especialmente en uno, Sebastián –Cosmo Jarvis-, con quien llegará a intimar.

El primero que regresa es Boris quien, enterado de los amores incestuosos de su nuera con uno de sus trabajadores, determina recluir a Sebastián y tomar represalias con Katherine quien, con sangre fría y mostrándose como una mujer muy distinta a la imagen ofrecida hasta el momento, toma una decisión inesperada. Envenena a su suegro e inicia una serie de acciones deleznables amparadas en su condición femenina y en una serie de actuaciones meditadas y que finalmente ejecuta con mimo y una precisión milimétrica.

Hay que tener en cuenta la época, cuando la mujer no contaba demasiado en el orden social. Curiosamente, el títulos nos remite a un personaje shakesperiano, pero la protagonista de esta historia está mucho más ceca de otras heroínas de ficción, como Lady Chatterley o Madame Bovary. En este caso, hablamos de una fémina agobiada por la claustrofobia y la frustración de un matrimonio obligado que no prospera. De ahí, avanza hacia la búsqueda de una libertad privada por un ambiente asfixiante y calculadamente ordenado.

El siguiente paso es un romance prohibido. Será Sebastián o podría ser cualquier otro. Quizá, éste ha sido el más atrevido. Ella conoce el poder de su sexualidad y quiere explotarla. Después, los acontecimientos desembocan en situaciones trágicas que es el resultado obligado a las decisiones tomadas por Katherine. Los sucesos que siguen son tan esperados como ilógicos. Se llevan casi siempre al límite y por eso llegan a sorprender. Hay muchas pasiones desatadas en el planteamiento, también el del placer de la venganza y el del engaño colectivo. Florence Pugh resume de manera fidedigna el cambio de actitud, el de mujer sumisa a la asesina implacable que no deja cabos sueltos.

En ningún momento se puede hablar de doble personalidad. Es el ambiente y la propia sociedad los que determinan el comportamiento de Katherine y el devenir de los acontecimientos. Aunque la realización de William Oldroyd sea repetitiva en algunos momentos, y ralentice un tanto, la historia, el resultado final es muy notable. Casi sobresaliente. Una prisionera en su propia casa comprueba el sabor de la libertad y está dispuesta a abrazarse a ella aunque personas inocentes paguen por ello un alto precio. Formalmente impecable, representa una radiografía del momento social de la época y, en algunas de sus denuncias, extrapolable al mundo actual.

From → Cine

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