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Creative Control (**)

21 octubre 2017

Un ejecutivo publicitario tiene el reto de lanzar una campaña para unas gafas de realidad aumentada. Paralelamente, se enamora de la novia de su mejor amigo y desatiende  a su mujer, en un período irreflexivo en el que abusa de las drogas y se advierte en su persona un grave deterioro físico y moral.

Estamos en una época futura que bien podría darse la mano con la presente. La única diferencia es que los ordenadores y los teléfonos móviles van ligeramente por delante de nuestro tiempo. Los monitores y los celulares son prácticamente láminas que, permiten, a través de realidad virtual y avatares, interactuar con nuestros dedos sin necesidad de teclado. Esa es la propuesta de Benjamin Dickinson, director, guionista e intérprete principal de esta cinta, rodada prácticamente en blanco y negro y que experimenta en nuevos caminos a través de la imagen.

David es un creativo publicitario, cuyo último trabajo fue promocionar una especie de mezcla entre cigarrillo electrónico y bebida energética de la que abusa constantemente. Al igual que de unas drogas de diseño que muestran figuras geométricas. El nuevo reto que le encarga su jefe –Gavin McInnes- consiste en crear dependencia para unas gafas creadas por la compañía Augmenta que serían la competencia de las Google Glass. Aunque su sistema operativo fuese sensiblemente mejor, su gran hándicap es que empresa tiene menos nombre que su rival.  Para ello, comisiona a Reggie Watts, que se encarna a sí mismo, un videoclip sobre el producto. Cabe recordar que Watts, protagonista del próximo film de Dickinson, es un músico, cantante y actor norteamericano, que efectúa actuaciones en directo aprovechando las nuevas tecnologías.

Mientras se ultima el proyecto, David recibe unas gafas para familiarizarse con ellas, y lo que consigue es dar un vuelvo a su vida. Se enamora de Sophie –Alexia Rasmussen-, la novia de su mejor amigo, el fotógrafo de moda Wim –Dan Gill-, al tiempo que desatiende con Juliette –Nora Zehetner- sus obligaciones como marido. Su obsesión es tal que llega a pasar las noches en la habitación de un hotel esperando que llegue la mujer que desea. Al no ser así, gracias al producto de Augmenta, crea un avatar con la figura de Sophie, con la que hace repetidamente el amor.

La vida sigue, ajena a la espiral de caída libre en la que se precipita el protagonista, cuyo deterioro físico resulta cada vez más evidente. Su esposa, cansada de esperarle, acude a sesiones de yoga para terminar enrollándose con su maestro Govindas –Paul Manza- y Wim, que tiene una aventura con una de las modelos, planea su boda con Sophie. De esta forma, la cinta gira en torno a una complicada pasión amorosa con ramificaciones sentimentales en los principales protagonistas. No cae nunca en la obvio, aunque para ello intente unos complicados giros que no siempre cumplen su objetivo, ya que se encuentra obstáculos que le obligan a recurrir a recursos fáciles.

Sorprende la cinta por la propuesta escénica y su exposición en blanco y negro, que se combina con el color cuando el avatar de David toma cuerpo. Ubicada en un futuro próximo, que bien podría ser mañana, la película combina ciencia ficción con toques surrealistas, algunos de los cuales se tornan demasiado lineales por lo que el conjunto va perdiendo su fuerza inicial, cuando la innovación deja de sorprender.

El californiano Benjamin Dickinson se muestra como un Juan Palomo, y está mejor detrás de la cámara que delante de ella, puesto que le faltan matices como actor y le sobra alguna que otra propuesta como director. A Regie Watts lo encontramos exagerado, aunque las imágenes de una Nueva York distinta, centradas en Brooklyn, son muy atractivas. El autor saca provecho de ellas, ya sea con tomas inusuales o recurriendo a reflejos en un charco. Ilustrada con pasajes de música clásica, desde Vivaldi a Bach, Dickinson está más cerca de David Cronenberg que de Woody Allen, pero le falta camino por recorrer todavía.

From → Cine

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