Saltar al contenido

La librería (The Bookshop) (***1/2)

7 noviembre 2017

En una pequeña localidad del condado de Suffolk, la viuda Florence Green quiere abrir una librería en un caserón vacío. Consigue su propósito, pero no cuenta con la obstinada oposición de la gran dama del lugar que, decidida a mantener su férreo control en el lugar, piensa en un uso muy diferente para el edificio.

La nueva película de Isabel Coixet, que inauguró la pasada edición de la SEMINCI,  está basada en la novela homónima de Penelope Fitzgerald. La mezquindad humana en que se centra el relato le ha servido a la cineasta barcelonesa para construir una nueva propuesta centrada en una mujer que lucha contra las adversidades y que, abocada a una suerte desfavorable, lucha con las armas a su alcance para revertir la situación. En este caso, la protagonista pretende abrir una biblioteca en Hardborough, una pequeña localidad costera del condado de Suffolk.

La acción transcurre en 1959 cuando la viuda Florence Green –Emily Mortimer- decide adquirir un inmueble deshabitado para montar una tienda de libros. En un establecimiento semejante se conocieron ella y su marido, por lo que, aparte de su afición por la lectura, pretende honrar la memoria de su esposo dando ese paso adelante. Las primeras trabas a superar son las que propone el director de la sucursal bancaria, Mr. Keble -Hunter Tremayne-. En aquellos tiempos, una librería en su pequeña localidad, y una mujer como emprendedora, parecerían fuera de toda lógica.

Pero Florence es animosa. Lo demuestra en el diálogo con Keble, al que pregunta si le gusta leer. Él le contesta que se queda dormido a la tercera página, ante lo cual replica la protagonista que, aunque sea para eso, los libros siempre sirven para algo. El coraje de Penélope es similar a las otras heroínas que Coixet nos ha presentado con anterioridad en la pantalla grande. Como ellas, permanecerá en pie hasta el final, aunque el devenir de los acontecimientos amenace sus estables raíces de forma singular.

A punto de abrir su negocio, Florence es invitada a una de las habituales fiestas de Violet Gramart –Patricia Clarkson-, una especie de reinona del lugar, que piensa que Hardborough es poco menos que su reino de taifas. Tiene muy estrechas vinculaciones con el Gobierno de Londres, ciudad a la que viaja con frecuencia, posee el suficiente dinero como para ejercer su voluntad y la mayoría de los habitantes del pueblo muestran con ella un absoluto servilismo, producto de su temor. Aunque la casa donde se instalará la librería lleva mucho tiempo deshabitada, ahora parece haberle entrado la prisa por convertirla en un centro cultural.

En la fiesta, la protagonista conocerá a Milo North –James Lance-, un corresponsal de la BBC, mujeriego, ladino, bon vivant, y necesitado de dinero. Más adelante, cuando el negocio comienza su singladura, Florence será recibida en su mansión por Edmund Brundisher –Bill Nighy-, quien rara vez sale de su vivienda pero que demuestra ser un ávido lector en los tiempos en que Vladimir Nabokov publicaba Lolita y cuando Ray Bradbury nos alertaba con sus Crónicas marcianas. Otro personaje indispensable es el relato en la joven Christine –Honor Kneafsey-, la adolescente que ayuda a Florence a ordenar y limpiar los estantes cada tarde a la salida de la escuela.

Es una historia de buenos y malos que, como una espiral, está predeterminada desde el principio y concluye al centro mediante un lenguaje seductor y una propuesta conmovedora que se ve con mucho agrado. Parece una película británica, y lo es. Por sus intérpretes, por su puesta en escena, por sus exteriores y, en definitiva, por su factura. El reparto supera la línea de la solvencia. Emily Mortimer demuestra las razones porque en los últimos tiempos es una de las actrices de referencia de Martin Scorse; a Patricia Clarkson, que trabajara a las órdenes de la directora en Apendiendo a conducir,  pocas la superan en sus papeles de mujeres sin corazón; y Bill Nighy vuelve a demostrar su valía incorporando a un personaje con ligera tartamudez, señorial aunque mermado físicamente.

A la altura de sus mejores trabajos, como Mi vida sin mí o La vida secreta de las palabras, Isabel Coixet muestra una madurez palpable. Sabedora de que el relato es una pequeña joya, se h preocupado de trabajarlo con esmero. Así, con ayuda de Jean-Claude Larrieu, el director de fotografía, plasma unas imágenes luminosas al comienzo, cuando la trama en más dulce y entrañable, que se van transfigurando en cielos más oscuros y paisajes más sórdidos a medida que el drama va en progresión. La música de Alfonso de Vilallonga aporta profundidad al relato y lo enriquece en muchos pasajes.

From → Cine

Deja un comentario

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.